Geopolitica y prosperidad
Preguntado que fuera Charles de Gaulle respecto de la hermandad de Francia con otros países, su respuesta fue que “los países no tienen amigos, solo intereses”. Dos siglos antes, lord Palmerston, primer ministro de la Gran Bretaña, había expresado que su país “no tiene enemigos perpetuos, tan solo intereses perpetuos y eternos”.
La doctrina del interés nacional contradice la retórica de la solidaridad socialista adoptada por el Foro de Sao Paulo. Fiel a esa doctrina, Ecuador pasó a formar parte de ALBA, se enredó en negocios petroleros fallidos con Venezuela, inició el hasta hoy inviable proyecto de la refinería de Manabí, la corrupta implementación del Sucre como medio de pagos internacionales, y plegó a iniciativas favorables a los gobiernos afines de Brasil, Argentina y Bolivia.
El abandono de sus intereses le ha pasado una cuenta enorme al país. Ecuador se apeó de la comunidad internacional y prefirió la compañía de dictaduras y gobiernos autoritarios; optó por financiamientos caros y subordinantes, y auspició candidaturas inaceptables como la del gobierno de Maduro en la comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Se extravió el concepto mismo de soberanía, no obstante la retórica de actuar en defensa de la misma.
Hoy, el presidente de la República ha acumulado un capital político importante, capital que puede disiparse si los ecuatorianos perciben poca substancia más allá de las palabras.
La reparación de la ruina económica demanda la adopción de una política externa que se base en el interés nacional, interés que está por encima de cualquier concepto romántico de hermandad a costa del bienestar de quienes, al final del día, pagamos las cuentas.
En economía el interés nacional se reduce a la búsqueda de la prosperidad y de la ética y equitativa distribución del bienestar. La prosperidad se dará en la medida que se destierren taras geopolíticas como la defensa incondicional del actual presidente venezolano, la ausencia de una política comercial de integración con el mundo, la condición de un poco confiable cliente en los mercados de capital, y la no dependencia hacia cualquier país o potencia: fuere de Oriente u Occidente.
En definitiva, es la vigencia de una política externa digna de país civilizado, que tiene entendimiento pleno y actúa de acuerdo a sus intereses.