Cataluna

La impresión que tenía de los independentistas catalanes la resumo en una palabra: extremistas. Un grupo de personas que buscaban a través de la presión política dividir un país. En mi mente están grabados como aquellos que irrumpieron durante la demostración por las víctimas del atentado en Barcelona para gritar consignas donde demostraban que el rey de España no era bienvenido. Ni el primer ministro de un Estado que no sienten suyo. Estaba equivocada. Como me explican con el mayor sentido común, “esto es como un divorcio. ¿Qué haces si uno de la pareja no quiere continuar en la relación? ¿Lo fuerzas a quedarse? Pues bien, eso es lo que está haciendo España con nosotros”.

Quizás a nosotros (Ecuador) -Estado unitario centralizado- nos cuesta entender el concepto de “soy catalán, no español”, pero aquí es importante hacer dos distinciones. En primer lugar Cataluña era un Estado constituido que fue conquistado por el Imperio español, y siempre se ha sentido como tal: obligado, oprimido. No solo eso, el sentimiento es de extorsión. Quienes más generan son obligados a contribuir para asegurar el bienestar de otras zonas, descuidando el suyo. De ahí que la lucha independentista haya tomado impulso justo después de la crisis del 2010. La falta de libertad para los catalanes-no-españoles es percibida como consecuencia de un gobierno que no quiere perder a su gallina de huevos de oro.

En segundo lugar, ¿puede forzar un gobierno a una población a “identificarse” con algo que no es? Difícil, especialmente si no está dispuesto a hacer concesiones.

El camino para Cataluña sigue siendo largo: España no permitirá su independencia para no sentar un precedente (acto seguido, independencia del País Vasco) y en la Unión Europea les costará ser Estado miembro (puede ser un precedente peligroso para el resto del continente, además del voto negativo de España). Pero, si algo vence obstáculos es el clamor por la libertad. A Cataluña le tocará demostrar qué tan fuerte es el suyo.