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Joaquín Hernández: A propósito

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¿No fue un mal negocio para esa generación política pretender cambiar al Ecuador para terminar en la cárcel?

A raíz de las revelaciones de los casos Metástasis, Purga y otros, y de la reciente condena en EE.UU. de un alto exfuncionario de un gobierno que se jactaba de tener una moral de manos limpias, ¿cómo está asimilando el cuerpo social ecuatoriano, su opinión pública, lo que está pasando? Una de las principales consecuencias de la corrupción es la impunidad que destruye los valores y las actitudes de las personas. Y que además actúa en los múltiples planos de la cultura: desde presionar en un colegio o en una universidad para pasar estudiantes vagos o que no cumplen los requisitos para el ingreso; entregar documentos adulterados para ganar un concurso, copiar una tesis o lo que es más común gracias a las redes, desfigurar la verdad sin ningún tipo de escrúpulos, simplemente para agredir al que piensa diferente. De ahí hasta los sobornos, el lavado, el desvío de fondos, como lo han evidenciado los casos arriba indicados. Una generación política, la que dirigió al país durante una década, está fugada, en prisión y algunos de sus contactos muertos en el juego mortal de corrupción narcotráfico. Y se dice que aún hay más…

Que los miembros de esa generación política vociferen y aleguen ser víctimas de una persecución por ideas políticas es lamentablemente comprensible. La vergüenza es una de las virtudes que tiene que ser eliminada de raíz desde el comienzo. Pero, y el resto de la sociedad ecuatoriana, la que comenta en voz baja y tono de confianza: “así son las cosas; además no pasa nada”. O la que se resigna estoicamente insistiendo en que la justicia es solo para los ingenuos (“¿los de poncho?”). Y por lo tanto se cree autorizado en su mundo para hacer lo que quiere, saltándose normas, procedimientos, respeto en último término a los demás. La viveza como forma de vida, es decir el abusar de los derechos de los demás, es una de las virtudes de la impunidad.

A ese núcleo de la cultura de la sociedad, ¿le afectan las revelaciones de estos casos donde seres, otrora todopoderosos y altivos, implacables y de verbo fácil, están en prisión o en juicios donde su vida aparece manchada por múltiplos delitos? ¿No fue un mal negocio para esa generación política pretender cambiar al Ecuador para terminar en la cárcel o fugitivos del país? ¿O esto no llega a las conciencias de las clases medias, fascinadas o asustadas tantos años, por el despliegue del triunfo económico y del uso del poder?