Carlos Alberto Reyes Salvador | Menos Estado, más libertad

Nos hemos acostumbrado a pedir al Estado lo que deberíamos construir nosotros mismos
Durante décadas, el país ha transitado por modelos estatistas que prometieron justicia social y progreso, pero que terminaron alimentando redes clientelares, incrementando la burocracia y destruyendo la productividad. Modelos que, lejos de generar bienestar, han producido corrupción, ineficiencia y pobreza. El Estado se ha convertido en un actor omnipresente que interviene en la economía, restringe la iniciativa privada, asfixia con impuestos y regula hasta la última decisión del ciudadano. Los resultados están a la vista: un aparato público obeso, lento e ineficiente, un sector productivo estrangulado por las regulaciones, la presión fiscal y la inseguridad jurídica, y una ciudadanía empobrecida y con miedo de salir a las calles.
Mientras mantengamos este modelo estatista los resultados serán los mismos. Se impone la necesidad de un cambio profundo, no solo en lo económico, hacia un modelo de Estado que priorice al individuo como eje principal de su gestión.
El individuo debe estar por encima del Estado. La libertad económica brinda la posibilidad concreta de emprender sin miedo, de invertir con reglas claras, de trabajar sin ser castigado con impuestos confiscatorios, y de recibir servicios de calidad donde hoy solo hay monopolios estatales -‘sectores estratégicos’-. Debemos encaminarnos hacia un modelo libertario.
En lo económico, el modelo libertario plantea un Estado limitado a sus funciones esenciales: garantizar seguridad, justicia, defensa y respeto irrestricto a la propiedad privada. Todo lo demás debe dejarse en manos del sector privado. No hay razón para que el Estado maneje empresas eléctricas, hospitales, petroleras o universidades. La evidencia es contundente, lo público en Ecuador es sinónimo de despilfarro, sobreprecio y corrupción. Basta mirar las hidroeléctricas plagadas de fallas, los hospitales desabastecidos o los escándalos de coimas en empresas como Petroecuador.
En lo fiscal, el país necesita disciplina y no más parches tributarios. Cada punto más de IVA es un peso más sobre la espalda del ciudadano productivo. El libertarismo apuesta por una reducción drástica del gasto público, eliminación de subsidios clientelares y un sistema tributario simplificado, que incentive la inversión privada. Solo así se puede construir una economía sólida, basada en la producción y no en el endeudamiento.
Sin embargo, el modelo libertario va más allá de lo económico. Es una filosofía política y ética que apuesta por la responsabilidad individual. Nos hemos acostumbrado a pedir al Estado lo que deberíamos construir nosotros mismos. El asistencialismo ha convertido a millones en dependientes de bonos y subsidios, perpetuando la pobreza en lugar de combatirla. Un país libre no se construye con ciudadanos esperando que el gobierno les resuelva la vida, sino con individuos responsables y autónomos.
Ecuador necesita una ruptura profunda con sus vicios estructurales. Necesita alejarse de la lógica de la dependencia estatal y orientarse hacia un nuevo paradigma basado en la libertad, responsabilidad y mercado.
Si queremos crecimiento, necesitamos menos Estado y más libertad. Si queremos desarrollo, necesitamos confiar en la capacidad del ciudadano, no en la omnipresencia del burócrata. Una ciudadanía que vuelva a creer en sí misma.