Andrés Isch | En defensa de Occidente

Occidente ha conseguido los mayores niveles de bienestar de la historia de la humanidad
“El bien puede ser radical; el mal nunca puede ser radical, solo puede ser extremo, pues aún no posee profundidad ni dimensión demoníaca -y este es su horror-: puede extenderse como un hongo por la superficie de la tierra y devastar el mundo entero. El mal proviene de la incapacidad de pensar”. Esta frase de Hannah Arendt, en referencia al juicio al criminal nazi Adolf Eichmann, ilustra hoy la visión radical del régimen iraní y sus aliados. Su postura no es retórica: sus máximas autoridades bogan por la destrucción de Israel y el exterminio del pueblo judío como el objetivo central de la política iraní. Y es una política respaldada con billones de dólares invertidos en armamento, financiamiento terrorista y, lo que es más grave, un sostenido esfuerzo para completar su programa nuclear.
¿Alguien puede honestamente creer que si Irán llega a desarrollar armas nucleares, no las utilizará? Porque la amenaza no está en tener un Estado judío en la región, ni la justificación en la política de defensa israelí, sino en algo que para ellos es aún más peligroso: el pensamiento libre. Estas teocracias se sostienen en el fundamentalismo de sus dogmas y el sometimiento absoluto de la población a ellas. Un régimen que justifica doctrinariamente el quemar con ácido la cara de las mujeres que llevan mal el velo o asesinar personas por ser homosexuales, lanzándolos desde edificios, jamás va a cimentarse en la ética o la razón sino en la salvaje represión.
Occidente ha conseguido los mayores niveles de bienestar de la historia de la humanidad porque aquí triunfaron las ideas de la libertad de Locke, Montesquieu o Jefferson; porque la filosofía de Spinoza o Berlin no se orientó en sostener fábulas absurdas sino en entender los límites ciudadanos al poder político y el valor del pluralismo. Israel ha basado su impresionante éxito económico en estas ideas y casa adentro conviven distintas visiones y religiones, incluso con representación en el parlamento. Su democracia no es perfecta, pero a diferencia de la teocracia iraní, es una en la que podrán juzgarse los abusos de sus autoridades y limitarlos en búsqueda de la paz.
Los principios de Occidente deben defenderse porque esto implica defender al ser humano y su integridad ante el poder absoluto.