Presidente, por favor empiece a gobernar
Tras los primeros cien días de su mandato como presidente de la República, el titular de la función Ejecutiva, Lenín Moreno, sigue manteniendo el suspenso de empezar realmente a gobernar, de dar muestra de que está capacitado para hacerlo, fuera de sonrisitas de clisé y estrechones de manos con los políticos de oposición. Estos, desganadamente le siguen el juego y lo miran desde las alturas como un contrincante de poca importancia, que en política no parece estar dispuesto a dar otra batalla que la personal en que se ha empeñado: desprestigiar de la manera que sea la obra del expresidente Rafael Correa, líder de Alianza PAIS, el partido político que lo llevó al poder, como si en ello se le fuera la vida, como si no fuera también su propio partido, como si él mismo no hubiera integrado el binomio que llevó por primera vez al Ec. Correa a la presidencia. Ha llegado al punto de decir públicamente, en medio de chistes de dudoso humor, que hará todo lo posible para que Correa no regrese al poder, contra el sentir de la gran mayoría de ecuatorianos que está esperando que vuelva para continuar con sus proyectos de estadista visionario. Lo que tendrá que ocurrir si la historia está de algún modo regida por la lógica y no por intereses de otro cuño. Dentro de la misma tónica u obsesión de Moreno, su único acto de gobierno y de su Plan de Austeridad que marcará su “estilo” de gobernante es su decreto ejecutivo “para reforzar la austeridad y la optimización del gasto público” que rebaja en un 10 % las remuneraciones de altos cargos y suspende el beneficio de “eficiencia” para los ejercicios fiscales 2017 y 2018. Elimina también las vacantes en todas las instituciones del Estado y racionaliza el pago de viáticos por gastos de residencia, prohíbe la compra de vehículos, etc. Con lo que prevé ahorrar alrededor de $ 500 millones. Pero no llenar vacantes del servicio público es la forma más burda y más fácil de reformar de hecho, así como la más torpe de despido de servidores públicos. Si se quiere altos funcionarios eficientes y dedicados tiempo completo a sus funciones, debe remunerárselos con cifras no muy lejanas de las que paga el sector privado. El patriotismo y el civismo en el servicio público, como todas las cosas, debe tener sus límites.