Tenemos plan

Alrededor de los años dos mil el Plan Colombia fue un tema polémico. Analizamos las consecuencias de ese plan desde una proyección regional, el tema del uso de drogas como un asunto de salud pública, la intervención de los EE. UU., el impacto en nuestras fronteras, el impacto en la salud por el uso del glifosato como químico causante de cáncer, las opciones de sembrío para dejar de cultivar coca y, sobre todo, la postura del Ecuador.

Luego vino la presidencia de Correa, quien aprovechó todos los espacios periodísticos posibles para decir que las FARC no eran terroristas. Su adhesión a los Castro y su cercanía a Chávez, con deseos de heredar el protagonismo continental que Hugo poseía, lo hicieron celebrar a las fuerzas ilegales armadas como símbolo de una ideología que ya había fallecido cuando el narcotráfico infectó los grupos subversivos colombianos.

Se desconcentró el tráfico de drogas y varios carteles se instalaron en otros países. Pero el negocio no paró de crecer.

El ataque a Angostura en el 2008 marcó las relaciones con el vecino país y la mirada fronteriza fue distraída al son del discurso de invasión a nuestro territorio, en lugar de respondernos cuánto de nuestro territorio era un espacio usado por la guerrilla.

La muerte de Reyes como consecuencia de la Operación Fénix trajo cola y también la sorpresa de ver vestido de negro al ese entonces ministro de Gobierno, Gustavo Larrea; cualquiera pudo percibir que vestía de duelo. Después vino Santos como nuevo presidente de Colombia y su también debatido Acuerdo de Paz, frente al cual el Ecuador era garante. Hoy Moreno dijo: “Ya no más, nuestro territorio no es más espacio para negociaciones con el ELN”. ¿Listos para ello? ¿Parte de un plan?

¿Estuvimos listos desde el Plan Colombia? ¿Quiénes se benefician de los errores políticos de Moreno? ¿Uribe gana algo en su campaña de desprestigio al Acuerdo de Paz? Muchas preguntas y solo dos realidades innegables: el narcotráfico crece en su poder terrorífico y los nuestros mueren.