Peligro de una Europa posalemana

Por dos siglos ya, la “cuestión alemana”: cómo contener una Alemania expansiva en virtud de su superficie, su capacidad de producción y su situación geográfica en el corazón de Europa, ha sido objeto de preocupación, y ha provocado espantosos enfrentamientos bélicos. Hoy, las complejas negociaciones para formar gobierno nos sitúan en un escenario novedoso. Los dirigentes europeos temen la ausencia de liderazgo alemán en la guía y defensa de Europa en el mundo globalizado. Desde la II Guerra Mundial, Europa se ha esforzado por anclar firmemente a Alemania en el entramado institucional de la Unión. Desde el Tratado de Roma que estableció la Comunidad Económica Europea, al Tratado de Maastricht que creó la Unión Europea y la eurozona, Alemania ha sido uno de los dos pilares del crítico eje que, junto con Francia, cimenta el núcleo del proyecto europeo. A comienzos de los 2000, tras superar los retos de la unificación, Alemania proyectaba una poderosa influencia sobre Europa. Mientras, Francia dudaba de avanzar en la integración, lo que cuajó en el voto contrario a la Constitución Europea, en 2005. Ahí arrancó la era de hegemonía alemana, impulsando la “quinta ampliación” (el acceso simultáneo de diez países del centro y el este de Europa). La crisis financiera internacional consolidó su posición de liderazgo absoluto. El Consejo Europeo la enfrentó bajo el influjo de la canciller Ángela Merkel. En los años siguientes prosiguió la afirmación del dominio alemán y el menoscabo del liderazgo de Francia. Y asistimos a la retirada de otras potencias influyentes: Reino Unido y Estados Unidos, garante durante tiempo de una Pax Americana crucial para Europa, que desvió su atención de la región. Resultado: el centro de gravedad europeo se desplazó inequívocamente a Berlín. Durante este período se han sucedido las crisis: financiera, migratoria y de seguridad. Las respuestas han venido pilotadas por Alemania, mas el liderazgo de Merkel no siempre ha sido celebrado, en particular su gestión de la crisis migratoria. Y ha alimentado la frustración en el sur de Europa, especialmente afectado económicamente; en el este, geográficamente vulnerable; y en la propia Alemania. La posición alemana en Europa se complica debido a dificultades internas. En los últimos 18 meses su liderazgo se ha vuelto progresivamente introspectivo, al servicio de las elecciones federales celebradas en septiembre. Por tanto, cuestiones fundamentales para el futuro de la UE -como negociaciones del ”brexit”, política migratoria, cooperación en materia de defensa, creación de una unión bancaria y la reforma de las instituciones europeas- han quedado en suspenso. La elección sorpresa de Emmanuel Macron como presidente de Francia devolvió la esperanza de un eje franco-alemán revigorizado, que impulse el proyecto europeo, hoy en punto muerto. Pero Francia no puede capitanear esta empresa por sí sola, cuando debe emprender vitales reformas nacionales. La UE no es nada sin Alemania. Por ello, Europa sencillamente no puede sentarse a esperar que Alemania retome el liderazgo; sus líderes deben abordar cambios fundamentales o estará condenada a contener la respiración de cita electoral en cita electoral y esto no es camino para construir el futuro.