El mural del obispo de Riobamba, Leonidas Proano

C ómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres, dijo el papa Francisco. Y esta fue, precisamente, la misión que se propuso cumplir el obispo de Riobamba, Leonidas Proaño. Se sintió así, un pastor que se entregó a una práctica social sin fatiga, por la recuperación de la palabra de aquellos que hace 500 años la perdieron, doblegados por una dominación tremendamente explotadora y oprobiosa: los indígenas ecuatorianos.

Por sus afanes, las comunidades indígenas, “los más pobres entre los pobres”, se fueron transformando, cambiando fundamentalmente su visión del mundo y de su lugar en él, en una invalorable tarea que las impulsó a la búsqueda de la justicia y equidad que históricamente se les había negado, a partir de una formación educativa, religiosa, liberadora y no violenta.

Así, el gran combatiente por los derechos humanos, Adolfo Pérez Esquivel, premio nobel de la paz 1981, en gesto de profunda admiración al obispo Proaño, le entregó un mural, testimonio histórico que recoge su labor, ubicándoselo en la Catedral de Riobamba, desde donde, sin ninguna explicación, ha sido cambiado a lugares de escasa visibilidad, para, por último, desaparecerlo, desconociendo la trascendencia del tema representado, ante la incredulidad e indignación de quienes ven en este acto una ofensa incalificable. ¿Qué diría el papa Francisco si conociera esta acción?

Lic. Rosa Lalama Campoverde