Lucho, el del corazon y pies grandes

En nuestro barrio de Rocafuerte y Padre Aguirre, las cinco de la tarde era el momento de jugar o pelota de trapo o “el bate”. Arrimado a un estante siempre estaba Lucho, un joven de nuestra edad que vivía a un par de cuadras de nuestra calle de juegos; trigueño, de buen humor y buena dentadura, era el producto de una noche de fiesta, del dueño de casa en donde su mamá trabajaba de lavandera. Un día nos faltaba uno para el partido, y Figurita le preguntó: ¿Lucho, quieres jugar? No contestó, sino que ingresó a nuestra cancha de piedra y tierra, que era la calle donde había que parar el juego, cuando venía un vehículo. Su particularidad era que no usaba zapatos, ni se lastimaba al correr, pero así también tenía los dedos gordos de los pies, más grandes de lo normal.

Abogallo, El Muerto, y Nico siempre preocupados por los demás, como hasta ahora, le mandaron a construir una plataforma con una silla, la que sirvió para iniciarlo como betunero del barrio. Siempre tenía clientela, pero eso sí, a las cinco de la tarde cerraba todo y a jugar pelota.

En una ocasión para un carnaval, de otro barrio llegaron unos “gandules” que trataron de quitarnos los globos, que llenos de agua los lanzábamos a las ventanas de las chicas del barrio. Se armó la bronca de todos contra todos, y por supuesto Lucho se encargó de que sus dedos gordos lastimaran algunas “posaderas” de los intrusos.

Esa noche, el Patucho, le regaló un pantalón y unos zapatos de caucho. No se los pudo poner porque los dedos gordos no le entraban.

Fuimos creciendo y la vida nos fue separando, inclusive a Lucho. No escogió el mejor camino, y se dedicó a robar en los buses donde el nombre de “punguero”, era odiado por la policía.

Años después, nos avisaron que Lucho había fallecido, en una pelea con otros presos, en la cárcel de la calle Julián Coronel y Córdova. Me sumé a la comitiva que se encargó de su entierro; entre las pertenencias que nos entregaron, estaba el par de zapatos de caucho que el Patucho le había regalado; la única diferencia era que tenían un boquete para permitir la salida de sus dedos gordos. Lo sepultamos en la ladera del cerro de El Carmen y pusimos su cruz con una leyenda que decía: Lucho, un amigo de gran corazón y pies sumamente grandes.