De liderazgos
En otra época los analistas llorábamos porque nuestro método de escrutinio y nuestro sistema de partidos nos daban un Legislativo tan dividido que los gobiernos se declaraban maniatados. Mayorías móviles hacían lo que querían y los presidentes se pintaban melancólicos rehenes de su incapacidad para negociar el avance de la democracia. Luego vino Correa y fortaleció (o atrofió según el prisma del lector) el hiperpresidencialismo ecuatoriano, al punto que nos hizo sentir que el clásico entrampamiento entre poderes estaba resuelto. Pero no hubo aquello: Correa ostentó una mayoría legislativa tan cohesionada como ensimismada estaba la mayoría de la sociedad por tanta liquidez y propaganda. Aquello del Legislativo obsecuente fue la mejor expresión de la voluntad popular, como en efecto lo prueban los registros electorales. Nada se había resuelto. Por eso cuando el electorado descubrió los límites del modelo, el bloque legislativo de Correa empezó a derrumbarse: entre el envío a trámite de las leyes de herencia y plusvalía y la entrega del mando perdió el 25 % de los votos incondicionales de la década. Esto en menos de dos años. Tanta lata para decir que las instituciones también son personas. En menos de cuatro años el alcalde capitalino perdió su mayoría y se quedó con un sólido bloque de un concejal, por ejemplo. En los debates suele callar y cuando alguien apela a su liderazgo político suele decir que no cuenta con apoyo en el Concejo. Por suerte Moreno se dice dispuesto a gobernar plebiscitariamente. A escasos meses de que termine el año y con una economía frágil, no haber tramitado leyes económicas solo puede ser señal de una voluntad expresa de no exponer su liderazgo.
Me temo que las negociaciones parlamentarias no se benefician del surgimiento de políticos cortados con la tijera de Durán Barba: ji ji ji, ja ja ja, sonrisas, personalidad, colores, sonidos, encuestas, preferencias hiperfocalizadas y estudiadas del perfil de opinión de cada electorado, estrechón de manos y muchas gracias. Poco de arremangarse y jugarse el capital político en decisiones de fondo.