Jubilados sin jubilo
La seguridad social en América Latina está en dificultades. Entre las ampliaciones de cobertura “financiadas” con demagogia y los asaltos a sus fondos por parte de los Estados que la cargan con papeles de valor relativo y la consideran su gran caja chica, la palabra quiebra ronda las denominaciones a ser aplicadas a su situación.
Lo que definitivamente no hay es júbilo entre los jubilados. Dejan su vida en agobiadores trabajos y luego su pensión de retiro no les alcanza para malvivir, y eso cuando la obtienen completa.
Por eso en Nicaragua la reacción a un pretendido incremento de las aportaciones ya ha generado más de treinta muertos y aun cuando la medida ha sido revertida, las protestas continúan.
Entre nosotros, cada cierto tiempo me visitan adultos mayores de generaciones contemporáneas a la mía. Llegan con la esperanza de que un cañonazo de mi parte los ayude a resolver problemas que tienen años de acumulación de indolencia pública.
Los más recientes visitantes son antiguos profesores y funcionarios de la Universidad de Guayaquil, mi querida “alma mater” que, da pena decirlo, no consigue marchar como es debido. Ha perdido la voz, se ha vuelto sumisa y también remisa en el cumplimiento de sus obligaciones para con sus servidores actuales y sus exservidores.
No cumple el mandato 2 de la Asamblea Constituyente que dispuso el pago de la compensación por jubilación o retiro voluntario a todos los servidores públicos. No aporta los fondos de reserva en acuerdo a la ley. No cumple con la jubilación complementaria. Por el estilo, esos incumplimientos que pueden resultar insignificantes en su monto, son en cambio una necesidad vital para cada uno de los jubilados que llevan años esperándolos. Tantos, que algunos de ellos ya fallecieron sin haberlos recibido, y ahora aspiran a obtenerlos sus familiares, tan necesitados de esos recursos como aquellos de quienes los heredaron.
No cabe que una situación como la descrita continúe. Bien se ha dicho que un Estado puede definirse por cómo trata a sus niños y sus ancianos. En este caso, unos jubilados sin júbilo son una afrenta.