
Un hombre constante
En tarima no canta ni baila; en su estreno en redes fue tendencia nacional por decir que utilizó la Metrovía poco después de renunciar a la presidencia del Banco de Guayaquil.
En tarima no canta ni baila; en su estreno en redes fue tendencia nacional por decir que utilizó la Metrovía poco después de renunciar a la presidencia del Banco de Guayaquil, su principal marca de reconocimiento; en su primer intento por llegar a la presidencia, cuentan los suyos, “no había nada más difícil que recorrer el país sabiendo que no íbamos a ganar”; ante y fuera de grabadoras, él, Guillermo Lasso Mendoza, ha dicho siempre lo mismo: “no, no tengo carisma; pero el país no busca un simpático, sino un presidente”. Hoy dice serlo.
Y lo dice porque ha trabajado para ello. “Porque ocupé la silla vacía, porque me cansé de esperar a los políticos”, le confesó a un grupo de empresarios a mediados del año pasado. Cuando escogió optar por el asiento de Carondelet, el presidente Rafael Correa no era saliente ni parecía caduco: el precio del petróleo estaba en su punto más alto, el correísmo había logrado su mejor victoria en las urnas y la oposición no podía ponerse de acuerdo ni para una reunión para decidir sobre una candidatura de unidad.
Él se presentó, preocupado por la política como un hombre del poder financiero suele estarlo, ante el alcalde Jaime Nebot, referente de oposición, para pedirle que tomara el lugar. “Es tu momento, flaco”, le dijo Nebot, su amigo personal, según testigos. Así que se sentó.
Y una vez sentado en la silla vacía que habían dejado los políticos, no se detuvo. Dio 12 vueltas al país, encendió las calles contra unas enmiendas constitucionales a las que nadie prestaba atención, estructuró un partido propio con presencia en todo el territorio nacional y, llegado el momento, venció a los expertos de la política cuando le arrebató La Unidad al socialcristianismo y consolidó su candidatura, la de un exbanquero solitario, como la de la unidad nacional.
Lasso nació en Guayaquil hace 61 años. Fue el último de once hermanos, en la familia católica de Enrique Lasso y Nora Mendoza. El rostro de ambos cuelga de litografías, en la sala de su casa en la vía Samborondón, hechas a partir de fotografías que guardó por años. Le sirven, durante las visitas, para dar fe de dónde viene y a dónde ha llegado. Su historia personal ha sido ventilada como fortaleza de campaña. Pero es real: trabajó desde los 15 años para terminar el Colegio San José La Salle, donde se graduó.
Está casado con María de Lourdes Alcívar y tiene cinco hijos: María de Lourdes, Guillermo Enrique, Juan Emilio, Santiago. La familia Lasso ocupa un lugar prioritario en la vida del aspirante. Su esposa lo acompaña a prácticamente cada cita, pública o privada; sus hijos, cuando pueden, lo filman o defienden o animan. La familia Lasso ha hecho la campaña junta para no sacrificar el tiempo que deberían haber compartido.
Cuando su equipo de campaña se preparaba para el segundo intento elaboraron una lista de flancos flojos. Era corta: Miembro del Opus Dei, hombre rico, excolaborador de Jamil Mahuad, feriado bancario. “Todo lo usaron en la campaña pasada. Ya se acabó el repertorio. Guillermo está limpio”, dijo su equipo de campaña en el inicio de la nueva búsqueda por la presidencia. Así fue. Una y otra vez los puntos de ataque encontraron megáfono en la propaganda gubernamental. Al final, no surtieron efecto.
Guillermo Lasso es un hombre constante. En su equipo, copado de jóvenes con ánimo, lo describen como el primero en llegar y el último en marcharse; en el oficialismo, le acusan de “representante del poder fáctico; en la oposición le describen como un hombre de diálogo.