Pedido. Por petición del fallecido, no se colocó su nombre en esta lápida, que tiene más de 20 años.

Las historias de difuntos ‘morosos’ o sin identidad

El tiempo y el descuido de familiares ha borrado los nombres de algunos difuntos en el Cementerio Patrimonial. Una persona pidió que su lápida no lo identificara.

La tumba B-0043656 es, probablemente, la más famosa entre los panteoneros y guías del Cementerio General de Guayaquil. Todos saben dónde está. Recitan, tal cual, la frase que está escrita sobre la placa de hierro empotrada en la lápida de mármol: “Los que cumplieron su deber con él, saben quien yace aquí. Los demás, no importa”.

No hay más. Ni un nombre o una fecha que revele la identidad de quién falleció y está dentro de esa bóveda, cerca de la puerta 12, desde hace más de dos décadas.

La pulcritud de la losa y un girasol polvoriento de tela decolorada, son la evidencia de que alguien lo visitó. Roberto Wong, jefe de operaciones del Cementerio, confirma que hubo personas que en algún momento llegaron a darle golpecitos en la lápida y persignarse.

-¿Quién está enterrado allí?-

-Yo no cumplí mi deber con él y por eso no lo sé. Nadie que no haya cumplido con lo que dice, sabrá de él-. Es la única respuesta que allí tienen para esa interrogante.

Wong cree que el nombre del fallecido debe estar en los registros del cementerio, fundado el 27 de abril de 1823, pero al cual nadie tiene acceso, por petición del difunto.

En los más de 13 años que tiene Gabriel Barco como guía del cementerio, no ha visto a una sola persona que haya tenido relación directa con el fallecido, que se haya acercado hasta su tumba.

Gabriel conoce cada recoveco de ese lugar que alberga más de 274 mil infraestructuras funerarias, entre nichos, osarios y mausoleos.

Cada vez menos, se queja, realiza tours estudiantiles y uno de los puntos imperdibles es aquella lápida olvidada. Pero no es la única. El callejón Rosario, en la puerta 3, donde están las tumbas más antiguas, rara vez tiene visitantes. El tiempo lo olvida todo, dicen, y esto aplica a los muertos, sobre todo a los de esa área, cuyos decesos se dieron hace más de 180 años.

“Y es uno de los lugares más hermosos del cementerio”, lamenta. En las lápidas no solo está escrito el nombre de la persona, sino fragmentos en versos y prosa.

A pesar de que hay tumbas que datan de 1831, como la de la niña Juana Rosa Julia Correa y Pareja, que fue el primer cuerpo sepultado en el lugar, no llegan ni a 100 las que guardan algún cadáver, pero se han quedado sin identidad.

Wong confirma que las hay, sobre todo las más vetustas, que no aparecen en los registros y cuyos familiares también se han esfumado. “Pero por las políticas del cementerio, no retiramos el cuerpo y se queda allí”, comenta.

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Del total de tumbas que tiene el Cementerio Patrimonial, el 80 % está concesionado, es decir, que ya ha sido comprada. De estas, el 60 % está ocupado. Hay diferentes convenios de pago, entre ellos el crédito.

Asegura que, si una sepultura se ocupa y, los familiares dejan de cancelar sus cuotas, tampoco retiran al fallecido ‘moroso’. Explica que, esperan el tiempo que estipule el contrato para expropiar la estructura y que vuelva a ser propiedad del camposanto. Adicional a esto, tienen que pasar como mínimo cuatro años para exhumar el cadáver y colocarlo en un nicho. No obstante, se rotula su lápida con su información.

Lucio López es uno de los más de 50 pintores que recorren a diario el cementerio con una escalera al hombro y tachos de pinturas negra y blanca. El 1 y 2 de noviembre le emocionan, porque es cuando más trabajo tiene. Retira la pintura descascarada y repite los nombres amenazados a desaparecer por el tiempo.

Los allegados son los responsables del mantenimiento de cada tumba. Lucio ya perdió la cuenta de cuántas lápidas ha tenido que arreglar en este feriado de Difuntos, pero también le agobia ver que hay muchas ilegibles y abandonadas.

“A ellos nadie los visita”, dice apenado. Sin embargo, Wong explica que, de acuerdo a la numeración, es posible saber a través de documentos en los archivos, donde está cada cadáver, salvo los 100 que ya no constan en los registros.

Y, aunque hay personas que prefieren ser olvidadas como quien yace en la tumba B-0043656, hay otras que ruegan perpetuar su memoria. “Si sabéis qué cosa es el amor paternal, compadeced mi dolor y os ruego, no remováis sus cenizas queridas”, se lee en la cripta de Juana Rosa Julia, como un llamado a recordar a quienes ya se han ido para siempre.

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Privado

Todos los fallecidos están identificados

Gissella Quishpe, gerenta de Servicios de Operación del cementerio Jardines de la Esperanza, comentó que, como ellos realizan el mantenimiento de todas las tumbas, hasta ahora no tienen ninguna sin identificar.

Este camposanto se fundó hace 43 años y es el cementerio privado más antiguo de la ciudad.

“Ni siquiera tenemos fosa común, e igual no hemos tenido casos de fallecidos que hayan sido olvidados”, dijo.