Adios a Lucho Miranda

Ni la muerte podrá desgarrar de esta calurosa tierra de ríos caudalosos y mares tranquilos, las raíces que sostuvieron y sostienen la pintura tropicalísima de Lucho Miranda Neira, que tras sufrir una serie de males corporales, que sin embargo nunca le impidieron hacer uso hasta el último día del pincel y la espátula, acaba de abandonarnos físicamente. Partió un día miércoles por la madrugada y sus familiares, respetando su última voluntad, lo regresaron a la tierra madre en el viejo cementerio, sin ostentación alguna “post mortem”, esto es sin misas, discursos póstumos, ni largos velatorios. Por esta razón no pudimos darle el último adiós en la luctuosa ceremonia de crespones negros.

Toda esa cromática tan encendida debió ser parte de una temática igualmente tropical. Es decir, de la rica y maravillosa flora, los paisajes amplísimos, sus personajes cholos o montuvios, las casas de madera y caña, y esos cerros enanos que no quieren romper el horizonte. Por supuesto, el mar siempre lo atrajo con sus olas cargadas de espuma y sus crepúsculos delirantes, lo que lo hizo convertirse en un poblador más de Chanduy durante largas temporadas.

Graduado en la Escuela de Bellas Artes, que entonces dirigía el “’Chaval’ Alfredo Palacio, quiso aprovechar su juventud adquiriendo conocimientos y experiencia plástica en el Viejo Continente, adonde se fue, también sin el rigor de las despedidas, y estuvo por Francia y España durante algunos años, juntándose con gente a la que empujaba su misma vocación pictórica y aprendiendo lo que se debe aprender para reproducir el mundo sin las tentaciones surrealistas o abstractas, ya que Lucho Miranda fue siempre un pintor objetivo, que supo encontrar la poesía en la realidad que lo rodeaba.

Tengo en la sala de mi modesto hogar dos grandes cuadros que me regaló el artista. El uno muestra una sandía ya partida con sus pedazos listos para ser degustados, y el otro, un paisaje de Toledo que pintó cuando ya adulto hizo un viaje de regreso a Europa, sobre todo a esa España que nos inyectó el mestizaje y las malas y buenas costumbres que debemos haber heredado de moros, judíos y gitanos.

Un adiós al amigo y al creador que nos dio tan maravillosamente sus testimonios.

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