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Rubén Montoya | Cárceles: apenas la puntita

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Desmontar una estructura que hizo de la cárcel un ‘spa’ narco, una extensión de su territorio de dominio, requiere mucho más que poner militares

Hace más de tres años, cuando escribí por primera vez sobre el asunto, dije que el control del Estado en las cárceles era una simulación perversa: lo controlaba el narco. La cosa era así en varias penitenciarías (y puede volver a serlo): en cuanto se ingresaba al perímetro interno la presencia policial desaparecía y la seguridad era responsabilidad de guías. Pero estos eran maniquíes sin ninguna autoridad ni armas de disuasión: tenían más de turísticos que de penitenciarios.

Quienes han vigilado todo son narcos. Cada ala tiene un caporal; cada pabellón, un jefe, con un pequeño ejército de reclutas a su orden, los auténticos vigilantes de la cárcel. El jefe tiene comodidades y a su celda no entra nadie pues la protege una guardia pretoriana. Adentro de los recintos todo lo vigila el narco: negocio que no controla, lo vacuna: uso de celulares, suministro de artículos sanitarios, alquiler de vituallas, tiendas de abarrotes, porte de armas, venta de drogas…

Nada es barato: si un día, por ejemplo, a un caporal se le ocurre llegar con un cargamento de sandías, pues va y las reparte entre los presos: a cada celda entrega una y le pone el precio: US$ 25, que deberán pagar los 7, 8 o 10 reos que hay por celda… ¿Quién cree usted que está aceitado para que los suministros ingresen como Pedro por su casa? ¿Qué cree usted que pueden hacer unos guías ‘penitenciarios’ ante tamaña demostración de fuerza?

Desmontar una estructura que hizo de la cárcel un ‘spa’, una extensión de su territorio de dominio, requiere mucho más que poner militares adentro. ¿Olvidan que lo intentó El Innombrable que nos mal gobernó hasta hace poco? Desmontar la oficina de los narcos precisa de una política integral, que seguimos sin verla.

Y que quede claro: retomar las cárceles, aun si sucediera, sería pelo de cochino. El gran negocio narco se cocina afuera: en el control de la contratación pública, en el manejo de los puertos, en la porosidad de las fronteras, en la complicidad de cierto sector mercado inmobiliario, en la felicidad de cierto sector bancario…

Que las cárceles apenas son la puntita de un gigantesco iceberg escondido.