Madurar sin podrirse
Comentando sobre mi artículo anterior: Un país adolescente en grave riesgo, me gustaron dos cosas: que alguna gente se interese por “los riesgos del país” y no únicamente por las victorias futbolísticas, que alegran la vida pero que no bastan para darle sentido, y que acepten que algunos congéneres tienen dificultades para “madurar”.
Después me acordé de una frase de Odgen Nash (no es buena memoria, es buen manejo de internet) que leí en un libro sobre el poder: “Solo se es joven una vez, pero se puede ser inmaduro indefinidamente”.
¡Vaya peligro para las naciones cuando le entregan su conducción a un inmaduro incorregible!
Sin embargo: ¡cuidado! Ser maduro no es empezar a podrirse. ¡Así! Sin metáfora. Adaptarse a la corrupción del sistema que predomina no es madurar, aunque algunos lo crean sinceramente: hay que saber vivir, exclaman. Y saber vivir, vaya cinismo acomodaticio, a ratos es perder el sentido de la dignidad y mirar para otro lado cuando asoman las protuberancias purulentas propias del ejercicio arbitrario del poder.
Llena de tristeza observar a hombres presuntamente maduros que ya no rechazan como inmoral aquello que antes les mereció tal calificativo y peor, saber de jóvenes que ni siquiera tienen conciencia de que los fondos públicos son sagrados y como tal debería respetárselos. ¿Tiene todavía significado la palabra pulquérrimo en relación al manejo del dinero ajeno?
En todo caso, no resulta imposible encontrar ciudadanos que han tenido a su cargo el manejo de importantes presupuestos de fondos públicos y su patrimonio mayor es el de haberlos manejado con la debida pulcritud. Claro que ese comportamiento muchos lo califican peyorativamente o ponen en duda su autenticidad. ¡Qué tal pendejo!, exclaman. Ha sido varias veces ministro y sigue pobre. Sin embargo, qué bueno que es heredar a los hijos un nombre limpio. Qué duro debe ser marcar a la familia con el inri de la fama de pícaro de su padre, aunque el concepto evoluciona de la condena entre dientes a la admiración y hasta a la envidia actuales, puesto que se define el éxito, exclusivamente como acumulación de riqueza.
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