Atolladero
Pido a usted lector, que se imagine las reales dimensiones del conflicto mental, ético y político que debe estar sufriendo nuestro presidente actual, acosado por sus propios compañeros de partido, por un lado, y apremiado por las fuerzas de oposición, por otro, especulando todos ellos sobre cómo sacar provecho de tan especial momento histórico. El periodismo político que uno ejerce, no es precisamente el de investigación sino sustancialmente de opinión. Opinar, pues, sobre el conflicto que aqueja a Moreno y creerse clarividente, encierra el riesgo de cometer yerros y darse de narices cuando la verdad finalmente emerja.
Era de rigor suponer que Moreno debía pedir la colaboración del partido al que pertenece y era de suponer también que se filtrarían quintacolumnistas seguidores de los desatinos de Correa y corresponsables de su desgobierno. Al fin y al cabo son los suyos, sus compañeros de la ruinosa aventura socialista de la que Moreno no se libra aún. Era impensable, en contrapartida, que, por su pugna personal con el expresidente, debía Moreno abrazarse al bando opuesto. Las cargas ideológicas afloraron con peso gravitante y hoy vemos a un Moreno convencido de que su estilo personal es suficiente para sortear el grave problema de alinearse a la derecha o a la izquierda, conceptos anacrónicos que por sí solos no promueven desarrollo nacional alguno. El amor por la verdad exige algún momento que se tome partido por ella sin dilaciones. Es una gran verdad la descomposición democrática y moral del país en manos de Correa. Para superarlas se requiere de medidas formales que atañen a los derechos humanos, a la reelección indefinida, a la buena selección de funcionarios, a la supresión del derroche financiero y a la pronta sanción de los delincuentes que se enquistaron en la administración anterior y de aquellos que, según se denuncia, seguirían aferrados a la actual. Aseo moral, en dos palabras. Los eclecticismos sobran. Según el refranero popular, no se puede estar con Dios y el diablo a la vez. Ni se puede ofrecer luchar “hasta el final” contra la corrupción sin tocar a quienes la consumaron. El resultado sería exacerbar esos mismos males en una sociedad de subdesarrollada cultura política como la nuestra.
Correa martilló la conciencia ciudadana asociando la partidocracia ejercida años atrás por tres o cuatro partidos con corrupción burguesa. Sin embargo, su revolución ciudadana absorbió todos los poderes del Estado y un único partido absolutista se adueñó del país.
Las verdades que acogotan a Moreno no ofrecen dudas. A mi entender, tan solo exigen honestidad, seguridad jurídica y apertura democrática, prescindiendo de cualquier conformismo con el régimen anterior. Verdades insultantes. Verdades que lastiman. Moreno, como el que más, debe estar al tanto de las ominosas verdades que flagelan al país. Su decisión de consultar al pueblo en búsqueda de respuestas que consoliden la maltrecha democracia, es correcta en su forma. Nos falta ver su contenido, que podría marcar el paso de Moreno por nuestra historia. Prescindir de sus falsos revolucionarios y ser tachado de desleal a su partido es una opción que le podría arrugar el alma ; pero es peor continuar ligado al desastre. La honradez, la verdadera transparencia, el control moralizador, no tienen banderías políticas ni ideológicas, ni precisan de mayores diálogos con terceros.