Columnas

Panicrón

Parece apenas ayer cuando la Organización Mundial de la Salud anunció que atravesábamos una pandemia a raíz de la propagación del Sars-Cov-2, ahora llamado COVID-19.

Lo que sucedió cambió nuestra vida para siempre,; nos arrebató seres queridos, causó daños a largo plazo a personas que se infectaron, se perdieron trabajos y muchas familias cayeron en la pobreza.

Hay algo más que surgió a causa de esta hecatombe: ceder libertades por miedo.

Es importante mencionar que mi crítica no se refiere a lo que vivimos al inicio de todo esto, cuando desconocíamos por completo el virus, no existían vacunas ni tratamientos para, dentro de lo posible, controlarlo.

Lo que me preocupa es que a raíz de estas medidas se nos ha hecho costumbre hablar de cosas que hasta hace solo unos años considerábamos inconcebibles. Toques de queda durante días o meses, vacunación obligatoria, restricción a la libre circulación, etc.

Decía Ronald Reagan, “la libertad no está a más de una generación de extinguirse” y si bien muchos evitan aceptar las implicaciones que estas costumbres podrían tener a largo plazo, yo sí le temo a un Estado que se sienta en capacidad de encerrarte cuando lo considere necesario, o que, para que puedas vivir en sociedad te obligue a recibir una inyección, aun contra tu voluntad.

Yo estoy vacunado e incluso recibí mi dosis de refuerzo, y animo a la gente a que lo haga porque las vacunas son seguras y eficaces, pero no por eso me siento en capacidad de obligar a alguien que no piense igual que yo a hacerlo.

Debemos tener claro que siempre va a haber nuevas variantes, lo que no ha cambiado es la necesidad del ser humano de vivir en sociedad, o la pobreza, o el hambre. Nuestra primera reacción frente a una amenaza no debe ser buscar respuesta por parte del Estado sino aprender a tomar responsabilidad individual y respetar el proyecto de vida de otros.