Quito

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Trabajo. Uno de los estudiantes de Ortiz aprende a reconocer la anatomía y cómo manejar un cuerpo, que en este caso es otro estudiante que simula estar muerto.ANGELO CHAMBA

El artista del más allá

Miguel Ortiz tiene 37 años y desde hace 15 embalsama cuerpos y los embellece para los funerales. Su pasión la descubrió tras la muerte de su madre

Una tragedia golpeó y encaminó la vida de Miguel Ortiz, a sus 18 años. Un solapado cáncer hepático atacó el cuerpo de su madre y al poco tiempo se la llevó. Esa fue la primera vez que Ortiz tuvo contacto con la muerte. La padeció y también se prendó de ella. Desde entonces dejó de lado el mundo de los vivos y se encargó de los desterrados.

Ahí nació su pasión por la tanatopraxia y tanatoestética (técnica para preservar cadáveres y embellecerlos). La descubrió el día del funeral de su progenitora, cuando la vio recostada dentro de un féretro y lucía sencillamente impecable. La muerte no le arrebató la imagen con la que él la recordaba. Y a eso, este hombre, de 37 años, decidió dedicarse desde hace 15. A embalsamar y dar un aspecto digno a los que cumplieron su tiempo.

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Es licenciado en Tanatología. Policía activo. Y un filántropo colaborador en una fundación que da este servicio a personas de bajos recursos, en el sur de Quito. Lo hace porque la solidaridad también es parte de su vocación y formación, dice.

En su trayectoria profesional ha tratado con más muertos que vivos, sostiene. Pero su talón de Aquiles son los niños.

Cuando habla de ellos, su voz se quiebra. Le duele verlos tendidos ante él. Y pese al 1,72 metros de estatura y casi 70 kilos de peso, el hombre decae moralmente. “Con ellos aún no me enduro. Me laceran más profundo que los mismos cortes que yo hago en ellos. Es fuerte saber que murieron por un descuido de madres primerizas o porque no hubo cuidado mientras dormían y se ahogaron con los gases después de haber comido. No me acostumbro, pero me hago fuerte cuando los intervengo”.

Mientras esconde con recelo en sus bolsillos, sus blancas y sedosas manos, unas que por cierto aclara que cuida con recelo porque son su principal herramienta, cuenta que con ellas ha auscultado a más de 12 mil cadáveres en toda su trayectoria. Anualmente, por la camilla de preparación recibe 800 cuerpos. El 65 % son hombres.

El 30 % mujeres y el último 5 % son niños. Las causas de muerte varían según el grupo. En el primero, la constante son los accidentes de tránsito. En el segundo, los femicidios y en el último, la asfixia, principalmente por ingesta de alimentos.

En su oficio realiza dos tipos de intervenciones: la transitoria y el embalsamamiento. En la primera precautela el cuerpo durante ocho días, mientras que en la otra lo hace hasta tres meses. En ambas el procedimiento es similar. Primero debe retirar los fluidos, ingresando la aguja de una máquina llamada hidroaspirador por la yugular. Después de extraer aproximadamente 3.000 mililitros de sangre, que en promedio tiene un adulto, llena el cuerpo, mediante la arteria carótida, con un líquido preservante. “Ya no utilizamos formol porque eso causó la muerte de muchos compañeros. Les dio cáncer y la Organización Mundial de Salud también lo prohibió por las mismas razones”, agrega.

En un segundo momento, su preocupación se dirige a la conservación de los órganos. La realización de tres cortes es clave: cráneo, tórax y abdomen. El objetivo es empastar al cerebro y vísceras con una crema formada a base de bicarbonato de calcio, para que no haya mal olor y no se liberen fluidos. El difunto se conserva mejor y los familiares están más tranquilos. Dos horas después solo queda suturar. Con una aguja en forma de ese y un hilo fino inicia el trabajo. El maquillaje es el último paso para despedir a su paciente silencioso.

Pero súbitamente el rostro de Ortiz se torna taciturno y recuerda que hace dos años, cuando pensaba que su carácter ya estaba templado para enfrentar lo imposible, la vida le hizo una mala broma. Era una mañana que daba servicio en la fundación. Cerca de las 11:00 recibió en su mesa de quirófano a una niña de 7 años. Parecía a su hija, cuenta. Tenía las mismas facciones, color de cabello y estructura corporal.

La locura lo dominó por segundos y abandonó la sala. El llanto no tardó en llegar junto a la incertidumbre y entonces solo pudo llamar a su casa para saber si lo que contemplaba era verdad. Minutos después, su esposa lo negó todo. Su pequeña estaba en casa, sana y salva. “Todo había sido una prueba del destino. Quizá para probar mi temple”, espeta.

Todos los días carga con el peso de lo vivido, de lo escuchado, del dolor humano, y ahora, intenta recargarlo sobre sus entrecruzados brazos. El reloj marca las 18:00. Su trabajo finaliza y abrazado por su blanco mandil, se despide de su espacio. Mañana habrá tiempo para hacer más por aquellos que cumplieron su etapa terrenal.

Enseñanza práctica

La mayoríade los pacientes que Ortiz tiene a su cargo son hombres, quienes son más víctimas de accidentes de tránsito.

Los muertos se merecen un trato digno. Mi mejor recompensa es embellecerlos y que la familia se alegre al verlos impecables en su último día.

Miguel Ortiz
Tanatólogo

  • 12.000 MIL cadáveres ha tratado durante 15 años de carrera como tanatólogo; los ñiños son los que más lo conmueven.