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Herencia sin testamento

Avatar del Willington Paredes

Así titula (2007) la investigadora Fina Birulés al estudio del legado histórico de la filósofa política alemana Hannah Arendt (1906-1975). Prestamos la frase para referirnos al legado-herencia que nos dejaron los patriotas del octubre insurgente de 1820. La celebración de los 200 años no se dio porque vivimos con temor, incertidumbre y muerte deambulando por calles y hogares de una ciudad sufriente. Hoy, a 201 años de ese evento histórico hemos de comprenderlo como el proceso que fusionó a Guayaquil con la libertad política. No se trata solo de ese pasado sino de preguntarnos qué hemos hecho, cuánto avanzamos y qué haremos con esa herencia de Olmedo y los revolucionarios octubrinos. De su proyección histórica se ha escrito mucho: se reedita en marzo de 1845, en las luchas de Pedro Carbo contra la tiranía garciana y la corrupción de Veintimilla, y en la revolución liberal de 1895. Esto es algo indiscutible. Lo importante es cómo comprendemos, asumimos, proyectamos esa herencia sin testamento, ahora.

Hannah Arendt decía que el pensar siempre se halla en el campo de batalla. Ese octubre es lejano, pero sigue siendo escenario de debates para revalorizarlo más allá del pasado y los relatos que se tejen y destejen. El deber de hoy de los guayaquileños es reconocer cuánto sabemos de esos principios y valores que nos legaron esos hombres que amaron, vivieron y murieron por la libertad política. El desafío es para todos, no solo para la libertad de empresa sino para ser políticamente libres, sin tutelaje asfixiante de un Estado que olvida la sociedad. El testamento del octubre insurgente y libertario es presente que sale de la comprensión correcta de la praxis política y la vida activa de sus actores. No se trata de cada octubre invocar y rememorar ese hecho sino de ponerlo, no en las páginas del ayer sino del presente, asumido como deber y voluntad política de ser dignos herederos de esa “herencia sin testamento”. La primera es la de Guayaquil por la patria que hoy es Guayaquil por la libertad, la democracia y los valores del “liberalismo social”, que nació de ahí, pues “la memoria y la profundidad son lo mismo, o mejor aún, el hombre no puede lograr la profundidad si no es a través del recuerdo” (Arendt).