Sin despedidas

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'Las calles están vacías y las casas llenas. No hay misas, ni conciertos, no hay abrazos. En estos tiempos tampoco hay despedidas'.

Cuántos muertos vamos sumando en esta pandemia? ¿Cuántos más deben morir hasta haberla superado? Son preguntas que muchos nos hacemos a diario, cuando un nuevo mensaje llega con la triste noticia de la partida de otro amigo, conocido, compañero o ser amado.

Por estar en las noticias la gente me cuestiona sobre lo mismo y normalmente, como respuesta, suspiro. No sé qué decir. Me aterra pensar que la proyección del matemático Juan José Illingworth sea cierta. Según sus cálculos, hasta el 7 de abril tendríamos en la provincia del Guayas unos 7.600 muertos y cerca de 100 mil contagiados, cuando ni llegamos aún al denominado pico o curva de la pandemia, que es el momento en que la cifra de víctimas, contagiados y muertos empieza a decaer.

El problema ya no son las pruebas. Han llegado 200.000 de las tradicionales, cuyo resultado demora varios días. Está funcionando un equipo secuenciador de última generación en el Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública, Inspi, en Guayaquil. Brigadas de salud con policías, encabezadas por autoridades civiles, están recorriendo varios puntos del Puerto Principal con “pruebas rápidas”: test sanguíneos instantáneos para conocer si la persona probada ha generado o no anticuerpos para COVID-19. Si en la prueba de sangre se detectan tales anticuerpos, se da por descontado que se trata de un paciente asintomático, o que tuvo y superó el coronavirus.

Entonces, si las pruebas no son el problema mayor, ni las medicinas (en la mayoría de los casos), el gran abismo parece estar en la velocidad del contagio; en el avance veloz del coronavirus frente a las medidas de contención empleadas en Guayaquil, en Guayas, en Ecuador… Similares a las que se están aplicando en el llamado Primer Mundo, donde la cifra de víctimas mortales ha alcanzado picos inimaginados.

“En toda mi vida, jamás imaginé cuán duros podrían ser estos días…”, me lo dice Jorge Wated, quien encabeza el grupo de tarea conjunta, asignado por el presidente Moreno para retirar los cuerpos de los caídos en la pandemia en Guayaquil. “Lo más difícil, terriblemente difícil, es mirar a los ojos a la gente, cuando le digo que no podrá despedirse de su familiar que ha muerto; que no podrá haber velatorio, ni rezos en conjunto, ni misas, ni bendiciones… me quiero morir por dentro”, asegura.

Prefiere no hacer proyecciones, o no revelarlas, aunque hasta el cierre de esta semana, con su grupo han dado sepultura a casi 700 cuerpos, fuera de los que han sido enterrados con servicios especiales de funerarias privadas y acuerdos previos con los cementerios…

Evidentemente la pandemia se posó sobre Guayaquil y Guayas, y al poner a Ecuador en el contexto continental, tenemos el mayor número de muertos y contagios per cápita de coronavirus en Sudamérica. Ocupamos el segundo lugar, después de Brasil, aunque tengamos una población 12 veces menor.

“Trabajamos sin descanso, atendiendo todos los frentes posibles, expuestos a todo tipo de críticas, pero nada nos para y seguimos… No hay tiempo para detenerse en nada que no sea apostarle a la vida, a la salud, al bienestar de los más pobres…”, ahora es el gobernador del Guayas, Pedro Pablo Duart, quien ha hecho esta confesión, abrumado por la dimensión del sufrimiento que sigue causando la pandemia y obligado a no perder el norte: “Estamos abriendo un centro de oxígeno para la gente que no puede pagar un servicio de este tipo; controlando los abusos de precios, sofocando los intentos de saqueo, cuestionando la irresponsabilidad ciudadana a la hora del toque de queda… “En resumen, se multiplica para impartir empatía y orden. Suena fácil, y es tan difícil cuando la muerte y la enfermedad dan vuelco a las vidas de tantas familias, más y menos cercanas a todos nosotros.

Antes de escribir estas líneas, llamo a mi compañera Andreína a darle el pésame por la partida de su padre. Se ahoga en llanto y me duele no poder estar con ella, acompañándola, como hubiera ocurrido en tiempos normales. Pero estos no lo son y tenemos que enfrentar la realidad: No hay bodas ni funerales. Las calles están vacías y las casas llenas. No hay misas, ni conciertos, no hay abrazos. En estos tiempos tampoco hay despedidas.