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Lo público como inconfesable

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ada bueno debió exigir el correísmo a cambio de su apoyo. Pero si el Gobierno, que pudo pactar con cualquiera, lo hizo con ellos, ¿qué linduras no habrán pedido los otros?

Confirmado: la política en el Ecuador (que tiene su único escenario relevante en la Asamblea Nacional) es un juego sucio y sinuoso consistente en hacer lo contrario de lo que se dice. Una actividad para gente sin principios, en la que los analfabetos funcionales (esa bancada multipartidista que sin duda es la más grande) tienen perfecta cabida, incluso un sitial privilegiado, si se mira fríamente, pues la ilustración y las ideas son mal vistas: pensar es una indeseable forma de pedantería. Se dirá que hay excepciones. Claro que sí: hay unos pocos honestos, gente articulada, serena, que trata de hablar con la verdad y cree que su trabajo consiste en buscar el bien común. Pero, ¿saben qué? Ellos no cuentan. Podrán, raramente y con esfuerzo, hacer la diferencia en algún debate u obtener mejoras más o menos significativas en algún aspecto concreto y siempre restringido de las políticas públicas. Cuando eso ocurra lo festejarán como una gran victoria y esa noche dormirán contentos y tranquilos. Pero en el fondo ellos saben perfectamente que no cuentan. No solo porque son la minoría sino porque están jugando el juego equivocado.

El juego correcto, como quedó demostrado en estos días, es aquel que se juega debajo de la mesa. Es reservado y secreto, aunque de él dependa el destino colectivo del país entero. Así es el juego y no hay otro. Lo acaba de entender por las malas el Gobierno, del que se debe reconocer que algún esfuerzo hizo durante sus primeros meses para cambiar de cancha. Había empezado, de hecho, arrepintiéndose de un pacto retorcido como los que suelen convocar a socialcristianos y correístas, que los llevan haciendo así toda la vida, y del que lo único que sabíamos era que a fulanito se le entregaba la Presidencia de la Asamblea Nacional para impulsar desde ahí la agenda legislativa del Gobierno. ¿A cambio de qué? Ese era el secreto.

La política ecuatoriana es una actividad con fines inconfesables que no tienen que ver ni remotamente con el bien común. Se han llegado a repartir los hospitales en nuestras narices, estamos curados del espanto.

Así que finalmente el gobierno de Guillermo Lasso entró en razón y aceptó las reglas del juego. Finalmente pactó con el correísmo para la aprobación de su reforma tributaria, que el correísmo considera un atentado contra el pueblo ecuatoriano. ¿A cambio de qué? De algo que seguramente el correísmo valora más que al pueblo ecuatoriano. Cuán repugnante será que resulta inconfesable. No solo resulta inconfesable sino que demanda de un sostenido esfuerzo histriónico (y ciertamente ridículo) de sus integrantes para montar una telenovela según la cual no hicieron lo que hicieron. Paola Cabezas, la coordinadora del bloque correísta en la Asamblea, acostumbrada como está a sustituir las ideas por los decibeles, cree que le vamos a creer porque grita.

Nada bueno debió exigir el correísmo a cambio de su apoyo. Probablemente inmunidad para sus reos, que es lo que piden las mafias. Pero si el Gobierno, que pudo haber pactado con cualquiera, lo hizo con ese bloque, ¿qué linduras habrán estado exigiendo los otros? ¿Qué pedían el PSC y la Izquierda Democrática? Seguramente algo peor, lo cual es decir hartísimo. La política en el Ecuador es una actividad de fines inconfesables en la que el dudoso privilegio de ser el-peor-de-todos es una carrera de relevos.