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Bucaram habló por todos

Avatar del Roberto Aguilar

"Viva la patria: alguna vez estas palabras tuvieron algo de sagradas. Hoy representan la esencia de la vacuidad retórica de las decadentes élites políticas del país"

Si toda corrupción empieza y termina por la corrupción del lenguaje, a Abdalá Bucaram hay que reconocerle una cierta genialidad y maestría en su forma de expresar en tres palabras la esencia de la descomposición moral de la República. Ya se quisieran todos una fracción de su capacidad de síntesis.

Detenido para investigaciones luego de que la Policía encontró en su casa un cargamento de medicinas, de esas que se venden con sobreprecio a los hospitales de la seguridad social donde sus allegados ocupan puestos estratégicos; de esas cuya falta causa muertos en un país sacudido por la emergencia sanitaria; detenido mientras sus hijos vuelan a Miami y se alojan en la casa del contratista corrupto, millonario bajo la mesa a los treinta años, amigo y socio de la familia; conducido a la Fiscalía en medio del más vergonzoso de los escándalos, el de la codicia capaz de cebarse hasta en la muerte; infamado una vez más, por si hiciera falta, Bucaram se detiene ante las cámaras, levanta el puño de la mano derecha y grita “¡Viva la patria!”.

Viva la patria. Consigna de libertad en las gestas de la independencia; últimas palabras públicas de Jaime Roldós, pronunciadas en los tiempos en que todavía significaban algo; juramento sagrado por el que tantos han dado la vida… Bucaram dice “¡Viva la patria!” y convierte esas tres palabras en una bola de estiércol. Él podría proclamar su honestidad y pretextar persecución política, como hacen todos; podría dar las explicaciones de rigor de por qué tiene en su poder las medicinas que faltan en los hospitales; podría mentir esta vida y la otra como lo ha hecho siempre. Pero no. Dice “¡Viva la patria!”, que en el fondo da lo mismo, significa lo mismo, es lo mismo. Milagroso proceso de destilación alquímica por medio del cual se obtiene, reducida a tres palabras, la esencia de la vacuidad retórica en la que tantos se revuelcan.

Tomemos, por ejemplo, el discurso del exdirector del IESS, Paúl Granda. Le acaban de poner por delante los documentos que demuestran que él visitó, en dos ocasiones, las oficinas del contratista corrupto en Guayaquil. En respuesta, Granda tuitea un hilo interminable. Dice “publicaciones malintencionadas”. Dice “he sido plural y respetuoso”. Dice “Problemas estructurales de la seguridad social”. Dice “he combatido la corrupción”. Invoca los más elevados valores de la conciencia cívica. Jura no conocer al contratista pero no niega haber estado en su oficina ni explica por qué. Tomemos estos despojos de incontinencia retórica, estos 860 caracteres que empleó Granda para no responder lo que se le pregunta y sometámoslos a destilación lenta. Pasémoslos dos, tres veces por el alambique hasta depurar su espíritu. Al final, del extremo del refrigerante, lentamente, caerán tres gotas. Plic-ploc-pluc: viva-la-patria.

Repitamos el procedimiento con casi cualquier discurso político de estos tiempos, ese interminable palabrerío bordado de perogrulladas, el caiga-quien-caiga, la consulta-para-la-prosperidad, el honor-a-quien-honor-merece, el hasta-la-victoria-siempre, en fin, todas esas balandronadas para el bronce… Sometámoslas a destilación: fuego y agua, vapor y condensación, depuradas cristalizaciones. Al final: plic-ploc-pluc.

Hemos visto un país hundido en la miseria moral más abyecta, hemos visto al servicio público convertido en un negocio de tráfico de cadáveres, hemos visto a los representantes del pueblo dispuestos a vender a su madre como esclava si con eso se ahorran 5 mil dólares en aranceles… Y en medio de esta podredumbre, la retórica de nuestras élites políticas sigue intacta. Tonterías solemnes que hasta Abdalá Bucaram expresaría mejor.