Columnas

Inredh contra los DD.HH.

Nadie le hace más daño a los derechos humanos en este país que los chicos de Inredh

Corren malos tiempos para la causa de los derechos humanos en el Ecuador. Y no precisamente porque exista aquí un Estado dedicado a violarlos sistemáticamente: los que durante diez años persiguieron y encarcelaron disidentes, criminalizaron la opinión, instrumentalizaron la justicia y proscribieron la libre asociación, entre otros horrores, no gobiernan ya y sus cabecillas están prófugos o presos, bien es cierto que por otros delitos. La amenaza que se cierne hoy sobre la causa de los derechos humanos (y esto se hizo evidente hace dos años) no proviene de los gobiernos sino, paradójicamente, de ciertos organismos que dicen defenderlos: precisamente aquellos más ruidosos y con mayor proyección y presencia en el debate público. Tan comprometidos están con las agendas de los violentos, tan ciegos, sordos y mudos se comportan ante las evidentes miserias de lo que llaman “luchas sociales”, que han terminado por hipotecar su credibilidad y, con ella, la de otros defensores (estos sí serios y confiables) de la misma causa. El resultado es tristísimo y peligroso: los derechos humanos están desprestigiados. Esta es otra barbaridad de la que tendrá que rendir cuentas la izquierda radical.

El más visible de estos organismos que atentan contra los derechos humanos bajo el pretexto de defenderlos es Inredh. Hace dos años, en octubre de 2019, se jugó por la causa de la conspiración golpista. Justificó todos los excesos de los sublevados, incluyendo el secuestro de policías y periodistas en el Ágora de la Casa de la Cultura, que continúa negando, y ha contribuido activamente a falsificar los hechos ocurridos durante esos días, certificando entre otras cosas la versión de una supuesta brutal represión policial que nunca se produjo. Hoy, los chicos de Inredh, partidarios de la lucha violenta contra la acumulación capitalista, han vuelto a la carga con más de lo mismo.

Hay un victimismo blandengue y quejoso en los revolucionarios de hoy en día que Inredh estimula y amplifica con denuncias y aspavientos. Los guevaristas de antaño sabían a lo que se exponían cuando salían a ejercer la violencia callejera: si les agarraba la Policía, apechugaban. Los de hoy son de mantequilla. A la primera bomba lacrimógena lloran, se quejan y gritan: ¡represión, represión! Inredh se rasga las vestiduras y los convierte en mártires. Si la revolución está en manos de semejantes piltrafas, el capitalismo tiene cuerda para rato.

Los angelitos que el martes por la tarde levantaron los adoquines de la plaza de Santo Domingo, en Quito, y los usaron para romper cabezas de policías y patas de caballos a vista y paciencia de 70 cámaras de video, ¿no deben ser juzgados por delito flagrante y pasar una buena temporada en el tarro, para bien de todos? Apenas cuatro de ellos fueron detenidos y enfrentan cargos de “daño a bien ajeno”: la sacaron barata. Sin embargo, Inredh pide su libertad inmediata. Según Pamela Chiriboga, presidenta de la organización, esos tipos penales “son usados para criminalizar la protesta, sosteniendo discursos que inobservan el derecho a la resistencia y a la libertad de expresión”. Tal cual. Con todas sus letras.

Libertad de expresión: levantar un adoquín para romper un cráneo. ¿Quién puede extrañarse de que la causa de los derechos humanos se tope, de pronto, con tantas resistencias? Nomás vayan a ver lo que se dice en las redes sociales. Ciudadanos pidiendo represión en serio, pidiendo palo, pidiendo bala. Nadie le hace más daño a los derechos humanos en este país que los chicos de Inredh.