Rostros felices

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Pero en el caso que motiva este artículo las cosas marchan, diríamos que en su sentido óptimo, pues suma filantropía a función pública en el mismo propósito.

Inequiparable, inmensa, resplandeciente debe ser la alegría y la sonrisa, en especial de un niño, al verse por primera vez en el espejo sin la malformación del labio leporino que primero le extrañaría y horrorizaría, y lo avergonzaría después, como si pudiera él tener la culpa de eso , o sus padres, o el mismo Dios creador que no lo hizo igual que a todos en la más humilde las igualdades del ser humano, descendientes todos de Adán y Eva, la pareja que habitó el Paraíso. Porque ya fuimos todos castigados con la expulsión del jardín del Edén, y no debemos ahora ser expulsados sin ninguna culpa de la consideración de los demás hombres y mujeres, ni pasar a ser objeto de horror o burla, o de conmiseración, a veces más dolorosa que la burla.

La solidaridad existe, latente en la condición humana, y eso es prueba de nuestra prosapia divina. Lo han comprendido mejor los filántropos, esos buenos hijos de Dios. Y están obligados en cierta forma a hacerlo los hombres públicos, todos quienes desempeñan funciones públicas en servicio de la comunidad, pero que a veces no lo hacen cuando anteponen personales intereses a sus deberes. Pero en el caso que motiva este artículo las cosas marchan, diríamos que en su sentido óptimo, pues suma filantropía a función pública en el mismo propósito.

Rostros Felices es el nombre de la fundación que conjuntamente con la Municipalidad de Guayaquil trabajan en este exitoso emprendimiento. Y son 76 los niños beneficiarios del primer convenio que se llevó a cabo entre agosto del 2019 y marzo de 2020. Para el segundo convenio se prevé igual número de casos. El programa del paciente “fisurado” evolucionó para dar la oportunidad de una intervención quirúrgica a personas de edades entre tres meses y 60 años. Las intervenciones quirúrgicas y atención a los pacientes se realizan en los Hospitales del Día, cuyas edificaciones fueron donadas a la municipalidad porteña por Jacobo Ratinoff, empresario y filántropo de grata memoria y fundamentales emprendimientos para su desarrollo, hospitales que llevan los nombres de Sofía de Ratinoff, su madre, y de Ángel Felicísimo Rojas, el connotado escritor y periodista, su suegro.

Gracias a todos.