Una pesadilla

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Nuestra política es la verdadera pandemia que nos deja sin aliento, nos debilita y que desafortunadamente se quedará con nosotros por mucho tiempo.

El 2020 empezó con el pie izquierdo. Veníamos con una crisis económica fuerte, arrastrando perdidas continuas en el 2019 y un gobierno a la deriva, que parece más una pareja maltratada que no puede salir de su relación abusiva y la sigue arrastrando. Tenemos muchos actores en esta relación que lo que han logrado es dividir a la familia y armar bandos. Tenemos a los que el tiempo se les acorta porque el ‘cushqui’ a vaca se les acaba, abusando incluso del producto del ahorro y esfuerzo de muchos trabajadores y de su seguridad económica de futuro. Otros a los que el poder los envolvió y tratan de todas formas de mantenerse en él, sacrificando incluso al “cacique”. Tenemos a los que vienen y se van, pero los que se quedan siempre, los burócratas de carrera, que manejan al país gobierno tras gobierno, sin importar quién asuma el poder, ellos son ellos los que mandan. Los que vienen y se van quieren solo el poder, les gusta todo lo que viene con ese combo, y poder llamar directamente a quienes ellos quieran. Quienes saben el teje y el maneje, saben que son indispensables. Cuando la olla se destapa es cuando el reparto no ha sido justo. No importa ni la pandemia, ni el hambre, ni que se inicie un estallido social, lo que les importa es ver cada año cuánto pueden saquear. Una mafia política putrefacta llena de negociados, de arreglos económicos y políticos para que los puestos queden repartidos, para que la Asamblea quede repartida, para desangrar a los ecuatorianos y ellos poder llenarse los bolsillos de dinero ajeno sin medir las consecuencias. ¿Por qué no podemos aprender de verdaderos políticos como el expresidente Velasco Ibarra? En su carta de agradecimiento por un gesto de sus colaboradores que le querían regalar una casa, él se pronuncia diciendo que ha sido presidente por un deber de honor y que el dinero que se ha asignado se lo den a un orfelinato. ¿Qué pasó con las maravillosas palabras que se escuchan en campaña? ¿Qué pasó con los golpes en el pecho para dizque defender al pueblo? ¿Qué pasó con los juramentos en los puestos asignados? Nuestra política es la verdadera pandemia que nos deja sin aliento, nos debilita y que desafortunadamente se quedará con nosotros por mucho tiempo.