Económico urgente

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'A las guerras de otrora se enviaba a los jóvenes a morir’.

La afirmación de que estamos en una guerra nos prima. Nos crea un marco mental. Nos induce a pensar dentro de un limitado espacio de posibilidades. ¿Pero es esta guerra igual a las demás? Más allá del cliché del “enemigo partícula”, no aparecen intereses económicos o geoestratégicos protegidos por “espíritus nacionales”, como en las guerras tradicionales. Aunque las hay, las teorías de conspiración no calan.

Junto a los miles o millones de muertos, esta guerra no exime a los billones que aún esperamos sobrevivir. Para la amplísima mayoría se viene un mundo nuevo respecto al cual, hasta ahora, poco se dice y nada se hace, con las obvias consecuencias de la inacción.

A las guerras de otrora se enviaba a los jóvenes a morir. Hoy mueren (¡sí que son frías las estadísticas!) los mayores, los enfermos y, en casi igual proporción, el personal de salud.

Nuestras pirámides etarias cambiarán el panorama mundial: para la seguridad social, para la inversión pública y privada, para las preferencias de vida, para la reactivación industrial. Ahora, ¿qué le espera a la voluminosa juventud pos-Covid19?

La manufactura, heredera de la revolución industrial y precursora de las grandes guerras, se transformará por el distanciamiento social. Si a las dos grandes guerras las siguió la bonanza, aquella que parió a los ‘baby boomers’ y al sector terciario, anticipemos la transición cultural e industrial. La mejor opción para el Ecuador ante esa posibilidad es aprovechar la emergencia y precipitar la virtualización de nuestra economía, apostando por los más jóvenes... los nativos digitales. Ecuador entró hace dos años al bono demográfico y nuestras autoridades no han podido garantizarle a esa gran masa de jóvenes una oportunidad. Ahora está en sus manos.

Los teoristas de la conspiración siguen acostumbrados a las guerras de antaño. Hoy son los líderes del mundo digital los ganadores indiscutidos de crisis. Hasta hace pocos meses la automatización de la mano de obra, la comunicación virtual, la inteligencia artificial eran malas palabras al igual que el salario básico universal. Hoy, quién sabe.