Columnas

Negocios de fósiles

"Como el dinero es fungible, se puede afirmar que los ecuatorianos nos dimos el gusto de consumir combustibles baratos ¡con dinero ajeno!"

Fue durante la dictadura militar que, para ganar aceptación política y legitimidad, los gobernantes decidieron que, siendo el Ecuador un país petrolero que se codeaba con los jeques de la OPEP, el consumo de los combustibles (gasolina, diésel, gas de uso doméstico y otros derivados) debería ser subsidiado para favorecer el desarrollo industrial y tener contenta a la población.

Recuerdo que el entonces comandante de la FAE, cuando alguna vez se discutió el tema de ajustar el precio del galón de gasolina que continuaba congelado en S/ 4.20 (¡equivalentes a 17 centavos de dólar de la época!), exclamó enfáticamente que a él le cortarían primero el brazo antes que firmar el decreto supremo del alza del combustible.

Fue el prólogo de uno de los dispendios más nocivos de recursos que se ha hecho en la historia republicana.

Transcurrida la historia, el diferencial de precios entre los costos incurridos en la importación de combustibles y el precio interno de ventas ha sumado, casi al centavo, el valor actual de la deuda pública. Como el dinero es fungible, se puede afirmar que los ecuatorianos nos dimos el gusto de consumir combustibles baratos ¡con dinero ajeno! Surgió así, del siempre boyante oficio de intermediación de la gasolina, una pléyade de nuevos millonarios: agentes, comisionistas, contrabandistas y toda suerte de rémoras oportunistas.

Decretar que la Economía no existe o no importa trae la consecuencia de acumular cuentas enormes, distorsionar el uso de los recursos, no atender lo que es prioritario, y dar beneficios a quienes no lo merecen. Ecuador no está solo en ello; el costo anual de los subsidios a la producción y consumo de combustibles fósiles por los 38 países de la OCDE y por los países en desarrollo supera, en promedio, los ¡setecientos mil millones de dólares! Esto es, siete veces el tamaño de la economía ecuatoriana.

Resulta irónico tener que oír toda esta habladuría de los paraísos fiscales cuando, en un solo producto, los mismos gobiernos que claman por impuestos les apuestan a los fósiles y hacen transferencias de recursos que superan en casi cuatro veces los utilizados para el desarrollo de la generación de energía no convencional. Lo hacen dejando de lado los escrúpulos acerca de la contaminación, del cambio climático, de la victimización eventual de los grupos vulnerables que supuestamente son beneficiados por los precios bajos de los combustibles, y, al final del día, de la sostenibilidad de la vida en el planeta.

Los subsidios generalizados son regresivos: quienes más consumen, más reciben. El consumo de energía está estrechamente vinculado a la distribución de los ingresos y los esquemas de focalización y control de precios empeoran el problema. Entre los beneficiados locales se cuentan los proveedores de los laboratorios de elaboración de pasta de cocaína (un millón de galones de gasolina diarios), y los allegados a la lacra del narcotráfico.

Según el Programa del Ambiente de la ONU, la reducción de los subsidios a los combustibles puede tener un impacto en las emisiones globales de CO2 de entre 1 % y 11 % y superar tales niveles si hay incorporación de energías renovables a la matriz.

¡Es de ganadores enterrar los esqueletos del petrolerismo!