Premium

Como niños

Avatar del Jaime Rumbea

"Proyectamos en nuestras enseñanzas reglas y leyes para la vida social como si tuvieran el carácter incontrovertible de las ciencias exactas"

El mundo de los niños es obviamente increíble. Es abierto, sin parámetros claros del bien y del mal. Sin consideraciones sobre lo posible e imposible, sobre lo seguro y lo riesgoso.

Si coincidimos en aquello, obviamente, la muy propia reflexión de adultos sobre costos y beneficios de nuestras acciones no tiene asidero en el mundo infantil.

El mundo de los niños es abierto a todas las opciones disponibles y es además acompañado por una ilimitada creatividad.

Cuando los niños preguntan sobre política, preguntan sobre economía o preguntan sobre ética, lo hacen con una candidez pasmosa. Invitan a soñar a quienes, no las buenas experiencias, sino las malas, les han quitado el sueño. Tan profundas serán nuestras frustraciones y nuestros prejuicios de adulto que en lugar de responder con nuevas y mejores opciones sobre el mundo, tendemos a responder con una visión crítica y unívoca. A eso termina reducida la pedagogía.

Creemos, claro, que somos responsables cuando transmitimos aprendizajes prudentes y visiones restrictivas sobre nuestro alrededor. Entra en juego el miedo, allí, al lado de las frustraciones y los prejuicios. Proyectamos en nuestras enseñanzas reglas y leyes para la vida social como si tuvieran el carácter incontrovertible de las ciencias exactas. En un mundo tan cambiante y diverso, aquello se parece al ‘argumentum baculinum’ -léase argumento del garrote- de los antiguos romanos.

Recordemos con esa dura referencia la importancia que atribuían primero los griegos y luego los romanos a la educación. Y pensemos que fueron ellos quienes tuvieron la creatividad para producir las instituciones bajo las cuales hoy, siglos y siglos después, seguimos dando vueltas como tarantantán.

Pienso en estas cosas porque me pregunto con frecuencia si el rol de adultos consiste en abrir puertas, caminos y posibilidades o en el de cerrarlos. Pienso en estas cosas porque no se cómo podríamos pedirles a nuestros políticos nuevas y mejores opciones de administración pública, si no somos capaces de soñarlas nosotros, ni transmitírselas a nuestros niños.