Premium

¿Unidad atlántica en su máximo?

Avatar del Columnista Invitado

Hay una fuerte sensación de que Occidente está de vuelta. Estados Unidos y Europa están poniendo una nueva unidad política al servicio de los valores compartidos y de una visión común del tipo de mundo que quieren’.

Los líderes europeos respiran con alivio ahora que en la elección de mitad de mandato en Estados Unidos no se produjo una ‘ola roja’ republicana. La composición definitiva de la Cámara de Representantes todavía no se conoce pero los demócratas conservan el Senado, y ya está claro que el Congreso no estará lleno de aislacionistas simpatizantes de Donald Trump y de Vladímir Putin. Pero para los europeos no es momento de celebrar sino de prepararse para la próxima tormenta potencial. El año que pasó, Europa disfrutó un extraordinario momento de unidad transatlántica. La alianza con EE. UU. dio una respuesta unida a la invasión rusa de Ucrania: se impusieron sanciones en forma coordinada y EE. UU. consultó a los gobiernos europeos antes de llevar adelante conversaciones sobre el futuro de la seguridad europea con el Kremlin. La OTAN goza de buena salud y va camino de recibir a Finlandia y Suecia como nuevos miembros. Y por fin los europeos están gastando más en defensa; incluso Alemania alcanzó la meta largamente prometida del 2% del PIB. Además, estadounidenses y europeos coinciden en general respecto del desafío estratégico que plantea China, sobre todo ahora que su presidente Xi Jinping extendió y consolidó su poder. Pero hay nubes de tormenta en formación. Todavía es posible que una Cámara de Representantes bajo control republicano intente oponer resistencia a la idea de que EE. UU. deba hacerse cargo de una parte desproporcionada del costo de la defensa de Ucrania. ¿Por qué deben pagar más los estadounidenses que otros países que son vecinos de Ucrania? Además, a más largo plazo, el debate respecto de cómo definir una victoria ucraniana puede crear nuevas tensiones. El gobierno de Biden, Francia y Alemania señalan que en algún momento tendrá que haber negociaciones de paz, mientras que Polonia y los estados bálticos quieren ver a Rusia humillada, y Trump se autodesignó para mediar un acuerdo entre Rusia y Ucrania. Otro tema donde hay tensiones en ebullición bajo la superficie es China. Que los aliados transatlánticos se estén moviendo todos en la misma dirección no quiere decir que el punto de llegada al que apuntan sea el mismo. Los europeos también están alarmados por el proteccionismo implícito en dos leyes recientes de EE. UU. (la de chips y ciencia y la de reducción de la inflación) y en la decisión del Departamento de Comercio de restringir la cooperación en tecnología de avanzada. La ley de reducción de la inflación supone un cierre casi total del mercado estadounidense de vehículos eléctricos, incluso para empresas de jurisdicciones aliadas como Europa, Japón y Corea del Sur. Es lógico que los europeos teman convertirse en un daño colateral de la guerra económica de Estados Unidos contra China (y todavía falta que se les pida apoyo diplomático en la cuestión de Taiwán). Pero los mayores peligros todavía proceden de la política interna de EE. UU. Pero los mayores peligros todavía proceden de la política interna de EE. UU. Y sobre todo, el trumpismo no está muerto y en vista del estado cada vez peor de la economía mundial, puede haber condiciones propicias para que a los republicanos les vaya mejor en la próxima elección. Por todas estas razones, los europeos tienen que usar los próximos dos años para reducir su dependencia de EE. UU. Si Biden se presenta a reelección y gana, una Europa más autosuficiente puede ser un mejor socio para Washington. Si gana Trump u otra figura euroescéptica, estará mejor posicionada para capear el temporal. Quedan dos años para levantar defensas eficaces contra una futura ola roja.