Columnas

Trump casi provoca una guerra con Irán

'La relación entre Estados Unidos e Irán está peor que nunca, y tras la matanza de Soleimani, el que más perdió fue Estados Unidos’.

Los tensos y peligrosos intercambios recientes entre Estados Unidos e Irán dicen mucho de la política exterior del presidente estadounidense Donald Trump. Básicamente, que no hay política. Se toman decisiones de peso sobre la base de reacciones viscerales y de impulsos frecuentemente contradictorios; por ej., buscar un acuerdo y al mismo tiempo amenazar con usar la fuerza. La única visión o filosofía general, si la hay, es que Trump quiere evitar otra guerra larga y costosa. Sin embargo, casi se mete en una por culpa de su torpeza. 

No habiendo declaración de guerra contra Irán, la matanza de un funcionario extranjero en un ataque con dron en territorio iraquí puede haber sido ilegal. Pero esas sutilezas no preocupan a Trump: todo indica que tomó la decisión sin analizar posibles consecuencias. El sistema de seguridad nacional instituido durante la presidencia de Dwight D. Eisenhower con el objetivo de evitar medidas imprudentes de esa naturaleza hoy es disfuncional o inexistente, y el presidente tiene cada vez más poder. Y cuando ese presidente es inestable, el mundo entero tiene un problema muy grave. Que se haya evitado (por muy poco) una guerra total con Irán se debió a que la dirigencia iraní fue más sagaz que Trump. La mayor pérdida de vidas la causó el trágico derribo de un vuelo civil ucraniano que acababa de despegar del aeropuerto de Teherán (murieron las 176 personas a bordo). Las autoridades de aviación iraníes habían dado al avión permiso para partir unas tres horas después del ataque misilístico iraní contra bases militares iraquíes usadas por tropas estadounidenses. 

Esta represalia por la muerte de Soleimani, cuidadosamente calibrada (no hubo víctimas), más una serie de mensajes transmitidos por vía extraoficial a través de Suiza, eran señal de que los iraníes querían detener la peligrosa escalada. Una guerra contra EE. UU. la perderían, pero tienen sobrados medios para dañar activos estadounidenses (hasta por ciberataques). Un aliviado Trump aceptó el mensaje y siguió el ejemplo iraní. El Congreso exigió al Ejecutivo un informe de las razones para matar a Soleimani y este no consiguió convencer a los legisladores de que el presidente hubiera actuado obligado por una amenaza “inminente”. 

Eso, sumado al habitual desprecio de la administración Trump hacia el Congreso y el deber constitucional de sus miembros de exigirle cuentas, y al hecho de que declarar una guerra es prerrogativa constitucional de la Legislatura, alentó una iniciativa de los congresistas para limitar los poderes bélicos del presidente en relación con Irán. Pero es difícil que la Cámara y el Senado (controlado por aliados republicanos de Trump) se pongan de acuerdo en cómo hacerlo, por no hablar de idear una medida que sobreviva al veto presidencial. La relación entre EE. UU. e Irán está peor que nunca, y tras la matanza de Soleimani, el que más perdió fue EE. UU. Irán anunció que ya no respetará límites a su programa nuclear, lo que reduce el tiempo estimado que necesita para desarrollar una bomba atómica, de casi 15 años cuando asumió Trump a apenas cinco meses. 

Mientras, crece la presión para que EE. UU. retire sus tropas de Irak (lo que buscó Soleimani). Pero en vez de retirar tropas de Medio Oriente, como prometió, ahora Trump se comprometió a enviar varios miles de soldados más. Él y sus acólitos cantan victoria y acusan a los críticos de ser afines a Irán y de defender al despiadado Soleimani. Pero una mayoría piensa que el episodio menoscabó la seguridad de EE. UU. y es posible que no se equivoque: aunque por ahora las hostilidades se calmaron, pocos creen que dure.