Columnas

El bitcoin… ¿Moneda fuerte?

Los migrantes pagan comisiones escandalosamente altas para enviar dinero a sus hogares, pese a muchos pedidos de Naciones Unidas y del G20 para que se reduzcan’.

Muchos piensan que el mercado del bitcoin (la principal criptomoneda del mundo) es un juego de ganadores y perdedores reservado a fondos de cobertura, inversores aficionados, fanáticos de la tecnología y delincuentes. Por el enorme riesgo que conlleva, una moneda digital anónima sumamente volátil solo es adecuada para quienes entienden el juego bien (o no tienen nada que temer porque pueden mitigar los riesgos o absorber cualquier pérdida). Pero el bitcoin está empezando a llamar la atención de países y personas con acceso limitado a sistemas de pago convencionales; precisamente los actores menos preparados para manejar los riesgos subyacentes. En El Salvador, primer país que adopta el bitcoin como moneda de curso legal, con aprobación de una ley que entrará en vigor en septiembre, se podrá pagar bienes y servicios en todo el país, y los receptores estarán legalmente obligados a aceptarlo. Los salvadoreños no son ajenos a estos experimentos monetarios. En 2001 el dólar estadounidense se convirtió en moneda de curso legal y se usa en transacciones locales. De un día para otro el poder adquisitivo se derrumbó y la economía se volvió más dependiente de las remesas (20% del PIB cada año las últimas dos décadas). Usar el bitcoin como moneda de curso legal exacerbará las restricciones monetarias que la dolarización puso de manifiesto; en particular, la falta de un marco macroeconómico-institucional independiente en el cual formular las políticas internas. Además, el bitcoin es mucho más volátil que el dólar, inadecuado para la estabilización macroeconómica. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, tuiteó que el bitcoin facilitará las remesas y reducirá en gran medida los costos de transacción. Bukele no se equivoca en lo referido a la necesidad de cuestionar el sistema (incluso proveyendo alternativas baratas y seguras). Pero el bitcoin no es la herramienta adecuada. Aunque permite transferir valor a otros países en forma directa sin la costosa intermediación de terceros, su volatilidad implica que más que un medio de intercambio es en el mejor de los casos un activo financiero. El riesgo de un derrumbe repentino de su cotización implica que los migrantes y sus familias en el país de origen nunca pueden estar seguros de la cantidad transferida. Mas, en vez de criticar como otro ejemplo de criptomanía la decisión salvadoreña de adoptar el bitcoin, hay que pensar en los motivos que llevan a muchas personas de todo el mundo a usar criptomonedas con fines no especulativos. Tal vez la respuesta esté en el hecho de que el sistema financiero internacional actual se adapta poco y nada a sus necesidades. Hay que hacer más por proveer al dinero digital de la infraestructura y los marcos regulatorios que necesita. Por ahora el terreno sigue siendo desparejo. Hay necesidad urgente de políticas transnacionales coordinadas para evitar que el bitcoin y sus variantes hagan más mal que bien a los países en desarrollo. Si el sector público y el privado no implementan reformas cruciales que faciliten la disponibilidad universal a bajo costo de servicios bancarios básicos, cada vez más personas y gobiernos se verán atraídos hacia el bitcoin y otras alternativas baratas, peligrosas y dudosas a la banca tradicional.