Asesinato de Soleimani e incoherencia estratégica de EE. UU.

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Dada la envergadura de Suleimani, es poco probable que Irán ceda.

Estados Unidos surgió de la Guerra Fría hace unas tres décadas con un grado históricamente sin precedentes de poder absoluto y relativo. Lo que resulta desconcertante, y lo que sin duda dejará perplejos a los futuros historiadores, es por qué una serie de presidentes norteamericanos decidió dedicar una cuota tan importante de este poder a Oriente Medio y, por cierto, malgastar tanto poderío de EE.UU. en la región. Este patrón se puede rastrear hasta la guerra de elección de George W. Bush contra Irak en 2003. EE.UU. no necesitaba entrar en guerra allí en ese momento; existían otras opciones para contener a Saddam Hussein que, en gran medida, ya estaban en curso. Pero luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, Bush decidió que debía actuar, ya sea para impedir el desarrollo y uso de armas de destrucción masiva por parte de Saddam, indicar que Estados Unidos no era un gigante impotente, desatar una transformación democrática a nivel regional o alguna combinación de estas opciones. 

Su sucesor, Barack Obama, inició su mandato decidido a reducir la participación estadounidense en la región y retiró las tropas norteamericanas de Irak y, si bien al principio aumentó la cantidad de tropas estadounidenses en Afganistán, fijó un cronograma para su retiro. La gran idea estratégica de su administración era “reequilibrar”: la política exterior de EE.UU. debía disminuir el énfasis en Oriente Medio y centrarse más en Asia, el teatro principal en el que se decidiría la trayectoria del mundo en el nuevo siglo.

Sin embargo, Obama nunca retiró del todo las fuerzas estadounidenses de Afganistán, volvió a introducirlas en Irak y llevó a cabo una campaña militar mal concebida contra el líder de Libia que resultó en un estado fallido. También hizo público su respaldo por un cambio de régimen en Siria. Y cuando Trump sucedió a Obama, estaba decidido a no repetir los errores percibidos de su antecesor. “EE.UU. primero” marcó un énfasis renovado en las prioridades domésticas; las sanciones y los aranceles económicos, en lugar de la fuerza militar, se convirtieron en la herramienta de seguridad nacional preferida. En la medida que la política exterior siguiera siendo una prioridad de EE.UU., era necesario manejar una renovada rivalidad entre grandes potencias, sobre todo los desafíos planteados por China en Asia y Rusia en Europa. En Oriente Medio, Trump se esforzó por reducir el impacto y compromiso de EE.UU. Miró para otro lado cuando Irán atacó buques petroleros, drones estadounidenses y refinerías de petróleo sauditas, y les dio la espalda a los kurdos en Siria, aunque habían sido socios de EE.UU. en la derrota de EI allí. 

La principal excepción a esta renuencia a la acción militar fue el ataque de EE.UU. a fines de diciembre de 2019 a sitios asociados con Kataib Hezbollah, una milicia respaldada por Irán acusada de lanzar un ataque días antes en el que murió un contratista norteamericano y otros miembros del servicio resultaron heridos. En este contexto es que Trump ordenó el asesinato dirigido del general Qassem Suleimani que, según la mayoría de los informes, era el segundo hombre más poderoso en Irán. Otro factor que incidió puede haber sido un tuit atribuido al líder supremo de Irán, el ayatollah Khamenei, que se burló de Trump diciendo “No puedes hacer nada”.

Dada la envergadura de Suleimani, es poco probable que Irán ceda. Tiene muchas opciones a su disposición, incluido un amplio rango de blancos militares, económicos y diplomáticos en muchos países en la región. Y ese giro ocurriría en un momento de creciente preocupación por los programas nucleares y de misiles de Corea del Norte, las amenazas militares rusas a Europa, el debilitamiento de los acuerdos de control de armamentos para frenar la competencia nuclear entre EE.UU, y Rusia y la llegada de una nueva era de competencia tecnológica, económica, militar y diplomática con China.