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Después del tributo

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

El Ecuador es un país de sorpresas. Burros voladores, granizos tostados y también misteriosas abstenciones. Pero lo hecho, hecho está: la reforma tributaria del Gobierno pasó por el ministerio de la ley. Y aunque todavía no se haya disipado toda la incertidumbre, ya que una derogatoria y una demanda de inconstitucionalidad están sobre la mesa, estas opciones parecen tener un largo camino cuesta arriba. Ahora es el momento de mirar hacia adelante, así sea con resignación.

Sí, el Gobierno nos hará tributar. Y sí, esa tributación alcanzará a la clase media, sobre todo a los segmentos precarios que no se pueden escudar con abogados ni contadores. Pero el asunto no termina ahí. Es nuestro deber hacer responsable al Gobierno por lo que pase después del tributo. No podemos permitirle olvidar que nuestro pobre país no solo tiene una espantosa cultura tributaria por la deshonestidad, sino también por la falta de confianza en los gobiernos, más aún cuando estos contradicen sus postulados. Debemos dejarle claro que si quiere que la confianza aumente y la desaprobación pare de crecer, ni la corrupción ni la inercia pueden seguir. Nuestro dinero debe ser bien utilizado.

De la lucha anticorrupción mucho se nos ha hablado. Pero a punta de códigos y comisiones no podemos esperar nada. El Gobierno debe apuntar su artillería hacia la contratación pública y el sistema judicial. Ahí es donde monumentales estructuras ligadas a próceres y caciques de nuestra sociedad, felices de delinquir bajo la izquierda o la derecha, desangran al Estado. De ese esfuerzo los únicos resultados aceptables solo pueden ser destituciones y mejores números.

Pero no basta con que no se roben nuestros impuestos. El punto es que los usen. La reserva se ha fortalecido y hay un camino visible hacia el superávit. Es posible seguir por esos pasos y destinar recursos a las cárceles secuestradas, las escuelas dilapidadas, los dispensarios vacíos y los seguros moribundos. Y no solo es posible, es necesario ante la realidad de tanta miseria y muerte.

Alcemos nuestras voces para que don Guillermo Lasso no se olvide de que es el presidente de la República y no un síndico de quiebra.