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Clases presenciales vs. clases en línea

Claro que esta opción tiene sus ventajas, pueden conectarse desde cualquier lugar sin la obligación de tener que estar físicamente en un sitio determinado, pero ¿cuánto tiempo se puede sostener esto?

Aceptando mi necesidad de control, cabría afirmar que tener a mis hijos en casa por las circunstancias mundiales que ha producido la pandemia, podría ser algo positivo.

Sé dónde están y qué hacen en cada momento y no tengo que estar preocupada por si están bebiendo del termo del compañero o compartiendo sus útiles con sus amigos.

Reconozco, egoístamente, que me da paz mental tener este control ahora con tanta incertidumbre. Ha pasado más de más de medio año desde que empezó todo y aún no sabemos bien ni a qué nos enfrentamos, ni hacia dónde vamos y, lo peor, cuánto más vamos a seguir así.

Pero obviando, con esfuerzo, mi egoísmo y necesidad de control doy paso a otro análisis que merece la pena revisar; ¿dónde quedan las necesidades de mis hijos?, la sencilla y simple realidad de aceptar que son niños y necesitan interactuar, jugar, descubrir, arriesgarse, aprender haciendo, viendo, acertando, fallando… Ahora su realidad está limitada a una pantalla de un computador y a una relación restringida con sus compañeros y sus profesores.

 Claro que esta opción tiene sus ventajas, pueden conectarse desde cualquier lugar sin la obligación de tener que estar físicamente en un sitio determinado, pero ¿cuánto tiempo se puede sostener esto?

De las desventajas reales con las que nos enfrentamos, subrayo dos que me preocupan especialmente; la primera, el hecho de que los padres nos hayamos convertido en actores principales en esta nueva película, porque el colegio y los profesores, que entiendo se están adaptando sobre la marcha a esta realidad, están delegando una parte importante de su responsabilidad en nosotros.

Gracias a los años y las experiencias pasadas, he aprendido a elegir mis batallas y sinceramente, esta, en concreto, no me merece la pena; no tengo ni la paciencia, ni el tiempo, ni el conocimiento para terminar enfrentándome a mis hijos en sus quehaceres diarios, supervisarlos o corregirlos. No estoy dispuesta a que mi diálogo diario con ellos, el poco tiempo que paso a su lado al regresar de mi trabajo, sea enfadada porque no han hecho algo que normalmente harían en el colegio.

Y esto me lleva a mi segunda preocupación, que viene de la mano de la situación que vivimos: ¿dónde queda la libertad de los padres para elegir? Nos han impuesto las clases no presenciales, entiendo que al principio era lo razonable, pero de nuevo pregunto (sobre todo ahora que la gravedad de la situación ha disminuido algo): ¿cuánto tiempo se puede sostener este modelo educativo?

Ya no entro a juzgar los límites diarios con los que nos enfrentamos, me conformo con intentar encontrar una respuesta a por qué, desde organismos gubernamentales, deben imponernos a los padres y a los niños un modelo educativo que, aun con sus ventajas, tiene más aspectos negativos que positivos a corto plazo.

¿Por qué no tenemos la libertad de elegir si mandamos o no a clase a nuestros hijos. ¿Por qué no se busca un término medio limitando la presencia por días y/o grados? ¿Por qué no se analiza lo que puede ser bueno para un colectivo tan amplio como los niños en edad escolar dejando de lado las demostraciones de poder y se estudian alternativas que beneficien a todos dando la opción de elegir?