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Olga Tokarczuk y la portada de la versión en español de su libro 'Los errantes.Difusión

Libros | 'Los errantes', un almanaque de cartografías

El único libro disponible (por ahora) en Ecuador de Olga Tokarczuk, premio Nobel polaca, es una obra rabiosamente fiel al espíritu de nuestros tiempos

La realidad contemporánea es volátil y vertiginosa. Nada existe para perdurar. Todo se mueve. Nuestros abuelos aún podían detenerse en medio de la sala y mirar los objetos a su alrededor con la certeza de que todo aquello los sobreviviría: esos muebles, esos cuadros, esa biblioteca pasarían algún día de sus manos a las de sus hijos. Las cosas duraban más que las personas y constituían, por tanto, una herencia. Y esa herencia nos ataba al suelo. Nuestro sedentarismo tenía que ver con su durabilidad. Hoy miramos los bienes que se acumulan en nuestros departamentos y nos preguntamos en cuántos meses habrá que reemplazarlos por otros nuevos. Caminamos por los barrios comerciales o las zonas rosas de nuestras ciudades y no sabemos si esas fachadas, esas estructuras, esas provisionales arquitecturas seguirán ahí la próxima vez que regresemos. Y si entramos en una vieja casona con mobiliario antiguo, una sensación de extrañeza se apodera de nosotros. Hay algo ahí que nos es ajeno: no el diseño de las cosas o el olor particular que dan los años, no. Ese algo que no nos pertenece es la sensación de permanencia. Nuestra época huye de ella.

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Fue un sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, el que le puso nombre al producto de esa compulsión contemporánea por la fuga permanente, por la fluidez perpetua. La llamó “sociedad líquida”. Y es una escritora polaca, Olga Tokarczuk (premio Nobel 2018), quien ha sabido expresar en la literatura el clima humano propio de ese estado de transitoriedad y desapego con que encaramos un entorno en mutación constante. El documento esencial para expresar la identidad de una persona, dice Bauman, solía ser su partida de nacimiento: un nombre, un lugar, unos padres. Hoy es el pasaporte: un movimiento, una dirección, un cúmulo de lugares y experiencias. En su libro ‘Los errantes’ Tokarczuk resume esa nueva dimensión de la identidad (la identidad líquida) con un audaz planteamiento que invierte uno de los conceptos fundamentales de la historia y de la cultura y que sólo en la literatura podría tener cabida: la idea de que la civilización es nómada; la barbarie, sedentaria. “Precisamente -dice- lo vólatil, lo móvil, lo ilusorio equivale a lo civilizado. Los bárbaros no viajan. Simplemente van directos a su objetivo o hacen incursiones de conquista”.

Un proyecto narrativo tan radicalmente contemporáneo requería, por fuerza, de un formato que fuera por lo menos tan inasible como la realidad que pretende expresar. ‘Los errantes’ es un libro de género incierto. Editorial Anagrama, que lo ha puesto a disposición de los lectores hispanohablantes a través de una traducción de Agata Orzeszek, lo promociona como una novela. Esto sólo puede ser verdad a fuerza de estirar cuanto se pueda el concepto de novela (lo cual, desde luego, tampoco es un ejercicio descabellado). Colección de relatos, de impresiones, de reflexiones, de anotaciones más propias de un diario, donde lo narrativo se junta con lo ensayístico y lo testimonial, la historia con la fantasía, el mundo de los sueños con el más clásico naturalismo, ‘Los errantes’ sólo puede someterse a una clasificación: la de “literatura líquida”. Eso, por supuesto, incluye a la novela, pero una sin ataduras formales de ningún tipo. Son 116 fragmentos: algunos de un párrafo solo, otros de varias páginas que, en ocasiones, quedan inconclusos y cuya continuación irá encontrando el lector a lo largo del libro.

¿Qué es lo que podría hacer de estos 116 fragmentos tan dispares una novela? Obviamente, su unidad temática. Para ser más exactos: su dualidad temática, a primera vista contradictoria o, cuando menos, extraña. El primer tema de ‘Los errantes’ cae por su propio peso y se desprende del título: los viajes, o mejor dicho, la movilidad humana, el nomadismo y, en un sentido más amplio, el desarraigo. El segundo tema es menos obvio y no está libre de una cierta truculencia: la anatomía. Y, con ella, la ciencia de preservarla: la taxidermia, la plastinación, la conservación de los tejidos y los órganos. Tokarczuk salta con libertad de un terreno al otro. Aquí relata la aventura de una pareja de turistas que vacaciona en una isla del Adriático; allá recoge la historia de Philip Verheyen, el anatomista holandés que, en 1689, describió, nombró y fijó la forma del ligamento que conecta el talón con la pantorrilla: el tendón de Aquiles. En un lugar ensaya una suerte de filosofía del tiempo transcurrido en los aeropuertos; en otro, describe el proceso de preservación polimérica del organismo, con su cuidadosa técnica de perfusión por vía intravenosa.

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Regados aquí y allá, entre los fragmentos, hay mapas, planos, cartas y proyecciones de distintas épocas y procedencias, rusas, chinas, francesas, modernas, renacentistas, medievales… Como los planos arquitectónicos y las fotografías insertas en la fascinante novela ‘Austerlitz’, de W.G. Sebald (que en más de un sentido es un antecedente literario de ésta), los mapas de ‘Los errantes’ no tienen, en sí mismos, valor narrativo alguno pero son más que simples ilustraciones: crean un clima, una atmósfera de la que participan las historias de viajeros y de anatomistas por igual; son, de alguna manera, la argamasa del libro.

“La nueva era -escribe Tokarczuk- comenzó en 1542, aunque por desgracia nadie se percató de ello”. Ese año se publicaron dos libros que cambiaron el mundo: ‘Las revoluciones de las órbitas celestes’, de Copérnico, con el primer diagrama del sistema solar, y ‘De humani corporis fabrica’, de Vesalio, con el primer mapa de las soluciones mecánicas del cuerpo. “Los mapas del mundo, tanto del exterior como del interior, ya estaban trazados”, concluye. 150 años después, cuando Verheyen descubra el lugar del tendón de Aquiles y lo bautice con ese nombre, tenderá un puente tanto poético como metafísico hacia una cartografía aún más vasta. El tendón de Aquiles, el único punto vulnerable en el cuerpo del héroe de la Ilíada, un nombre lleno de resonancias artísticas, literarias, mitológicas: “¿Y si Philip Verheyen hubiera dado con el rastro de un orden oculto?”, se pregunta Tokarczuk. “¿Y si nuestro cuerpo contuviese el mundo entero, la mitología toda? A lo mejor existe un reflejo de lo grande y lo pequeño, el cuerpo humano lo une todo con todo: relatos y protagonistas, dioses y animales, el orden de las plantas y la armonía de los minerales”.

En resumen: ‘Los errantes’ es un libro de cartografía: cartografía del mundo y cartografía del cuerpo que se reúnen en una sola gran cartografía del espíritu. Filosófica pero humorística, ligera pero profunda, aparentemente deshilvanada pero rigurosamente construida, novela hecha de fragmentos inconexos… Todo en esta obra es una paradoja, todo está en constante mutación de un estado a otro, de un concepto a otro. Como la sociedad líquida de la que es una cabal carta geográfica.

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Portada del libro 'Los errantes' (Anagrama).Difusión

FICHA DEL LIBRO:

Título: Los errantes

Autora: Olga Tokarczuk

Editorial: Anagrama.

Año: 2019

Páginas: 386