Guayaquil

María Antonieta Pérez: “El color hace sentir al barrio que tiene derecho a ser feliz”

EXPRESO dialoga con la directora ejecutiva de Cultura de la Alcaldía de Iztapalapa (México) sobre cómo el arte puede, como lo ha hecho en su ciudad, ayudar a reconstruir el tejido social y a recuperar a las comunidad

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Pérez ha laborado en el sector cultural del gobierno local desde hace más de 15 años. Es promotora y gestora culturaJUAN FAUSTOS SANDOVAL

María Antonieta Pérez Orozco, quien se especializó en Estudios Latinoaméricano en la Universidad Nacional Autónoma de México, está de visita en Guayaquil para participar del Cuarto Encuentro de la Sociedad Civil, que esta vez tiene como eje central la seguridad. EXPRESO dialoga con la ponente sobre como a través de la cultura y el arte se puede fomentar una cultura de paz y convivencia, en qué tiempo y bajo qué parámetros. Toma como referencia los avances que se han logrado en México y da luces de lo que, a nivel local, podría ya ponerse en práctica para iniciar el camino de la reconstrucción social. Un factor más que necesario para luchar contra la delincuencia. 

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¿Hasta qué punto el arte y la cultura pueden convertirse en un agente de cambio? ¿Cuál es el peso que tienen para reducir la inseguridad?

El arte y la cultura pueden ser agentes de cambio en la medida en que estén ubicados en el territorio y tengan acción territorial. En el caso de Iztapalapa, el Municipio le apostó a una serie de estrategias culturales y con ello hemos empezado a reconstruir el tejido social. El peso que tienen ambos campos para transformar una comunidad es grande. Nosotros dimos cabida al cambio apropiándonos, primero, del espacio público; lo que no implicó que construyamos únicamente infraestructura destinada a la cultura, sino que nos enfocamos en que esta sea digna, descentralizada e integral. En Iztapalapa no había infraestructura cultural, prácticamente toda estaba en el centro de Ciudad de México... Con las utopías, con la decisión de contar con ellas, logramos que los habitantes tengan derecho a la ciudad, a la convivencia y a la libertad.

Es vital recuperar el espacio público porque este es el lugar de intervención para la democratización de los derechos del ciudadano.

Pero, ¿cómo lograron apropiarse del espacio público? El proceso no es tan sencillo como suena. Hay una serie de factores, al menos en Latinoamérica, que ponen trabas a las ganas de ocuparlo y ser parte de él. 

Lo hicimos planificando. Decidiendo dónde estarían estas infraestructuras, que no son otra cosa que centros enormes, todos gratuitos, llenos de áreas deportivas, culturales, de entretenimiento; con albercas semiolímpicas, auditorios, escuelas de música, cine y fotografía… Sin embargo, la apropiación del espacio inició previo a las construcciones. Nosotros tenemos un programa que se llama Orquestas Comunitarias, que consiste en llevar arte a las colonias más vulnerables. Tenemos 108 orquestas en total, y el proyecto consiste en que los docentes van a las colonias con saxofones, violines, chelos, baterías…, y en los parques públicos empiezan a dar clases. Luego, al ir descubriendo sus dotes, se unen a las unidades de transformación y son parte de una comunidad sana, que desde chica se ha ido formando. 

¿Y ha logrado esto alejar a los jóvenes de las pandillas? ¿Ha revertido su situación?

En algunos casos sí, en otros ha logrado crear una especie de amortiguamiento social, pues al ver que todos están involucrados en trabajar por su espacio público evitan irrespetarlo y cometer delitos en él. Se vuelven parte de, generan empatía. Respetan a los vecinos y facilitan esa tan anhelada convivencia.

Intervenir un barrio crea una especie de amortiguamiento social que evita que las pandillas lo dañen al ver a todos que cuidan de él.

Pero, ¿cómo hacer arte en vecindarios que no cuentan a veces ni con un pequeño parque? En Guayaquil hay zonas así.

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Invirtiendo en el espacio público y teniendo la voluntad política para hacerlo. En Iztapalapa, por ejemplo, a través del arte hemos logrado que las mujeres y todos se sientan seguros a punta de iluminación y color. Construimos lo que llamamos ‘Caminos de mujeres libres y seguras’, que son rutas de uno o dos kilómetros, las más concurridas por la gente, que ahora están llenas de luces, de calles asfaltadas y murales. Ahora en ellas la gente va y viene de casa, lo hacen incluso niños, pero en esa misma vía hay siempre vida.

¿Para ello resulta vital el apoyo municipal? ¿También del Gobierno?

En realidad de todos, aunque en nuestro caso los proyectos fueron en su mayoría ejecutados por el Municipio. Este compró la maquinaria, las grúas, todo para ir construyendo las infraestructuras culturales, la mano de obra fue local, participaron los mismos barrios. Con los murales pasó algo similar, cien artistas urbanos se encargaron de pintarlos, pero el visto bueno de lo que se dibujaba lo daba la comunidad para que solo así lo sientan suyo. Hemos construido ya en la ciudad más de 8.000 murales y ha sido hermoso. El impacto es enorme en la autoestima y el cuidado. Hace a la comunidad feliz, las hace ver que tienen derecho al color y a la alegría.

¿Podríamos decir entonces que la construcción de un parque o un mural es igual de importante que la de una calle?

Claro que sí, porque es parte del empoderamiento del ciudadano. Reconstruir una sociedad involucra todo, no es solo cemento. Latinoamérica lo sabe y está avanzando en ello. Está empezando a invertir en la cultura, a la que ve finalmente como sustancia.