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Encierro. Incluso en los parques y canchas, los moradores ponen candado para evitar que mientras juegan o hacen deporte los visiten los delincuentes.Miguel Canales Leon

Guayaquil: “No hay sitio de La Atarazana donde se respire algo de paz”

Los vecinos denuncian que la ayuda no llega pese a las alertas Los delitos se cometen incluso cerca de las UPC. La inseguridad ha afectado la cotidianidad

Los vecinos ya no pueden ni respirar, están asfixiados. En la ciudadela La Atarazana no hay ya día ni hora en la que no se registre un delito. Los robos, aseguran los residentes, conductores y pacientes del Hospital Roberto Gilbert y Solca, ubicados en el vecindario, ocurren en todos los espacios: en los parques, callejones, parterres, en los exteriores de las casas, en ellas y en las tiendas.

“Hasta ir por un pan a la panadería resulta agobiante”, se queja la residente Narcisa Torres, víctima de un secuestro exprés cometido apenas el mes pasado. Frente a ello, los moradores han invertido en la colocación de cercos eléctricos, cámaras de seguridad, guardianía privada y hasta en la compra de bates.

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“Si alguien me vuelve a atacar, estoy listo. No tendré arma, pero sí un bate. Atacaré. No permitiré que una vez más me vean la cara ni me llenen de miedo”, advierte el residente Andrés Moyano, de 57 años.

Aunque no es suficiente, sí hay patrullaje. El problema es que el ladrón está esperando a que se den la vuelta para hacer de las suyas. La Atarazana es más insegura que antes.

Juan Carlos Suárez,
propietario  de un negocio

A decir de la ciudadanía, en el sector se registran todos los tipos de delitos, desde los robos a personas, a los negocios y de accesorios de autos e incluso de autos. Carolina Avelino, residente del sector, asegura que el horario más común para cometer estos delitos es entre las 13:00 y las 15:00, y en la noche pasadas las 22:00.

EXPRESO solicitó a la Policía el reporte de los robos cometidos en lo que va del año y por mes en el vecindario, pero hasta el cierre de esta edición no hubo respuesta. La comunidad, sin embargo, advierte que estos hechos se cometen a diario y varias veces al día. “Al menos tres delitos se cometen. Lo sabemos por el chat comunitario y los gritos de los vecinos”, menciona la habitante Azucena Jara.

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Los callejones desolados son ideales para el robo a personas. La modalidad es acorralar a la víctima contra la pared o puertas de los domicilios y amedrentarla para que les entregue sus pertenencias. “Si son mujeres las víctimas, el robo pasa prácticamente desapercibido, sin opción a socorrer a la afectada, ya que a lo lejos lo que se ve es a una pareja. Se acercan tanto para delinquir, pero tanto, que si la víctima no alcanza a gritar, uno llega a pensar que no pasa nada, cuando en realidad están pasando quizás por el peor susto de sus vidas”, comenta Jaime Rodríguez, morador del sector. El vecino colocó en su domicilio cámaras de seguridad con el fin de resguardar y prevenir los robos. Fue su dispositivo el que, finalmente, registró este lamentable hecho.

Isabelle Castro vive cerca de la Unidad de Policía Comunitaria (UPC) de La Atarazana. Sin embargo, estar cerca de la estructura no ha sido de gran ayuda, desde su punto de vista. “Ni aun así los delincuentes se detienen. No tienen pudor”, recalca. Ella y su familia se han visto afectadas por la inseguridad. Este mes se metieron a su casa a robar, al igual que en la tienda barrial que también se ubica cerca de la unidad.

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Policía. Los vecinos hacen un llamado para que los controles se incrementen y con agentes vestidos de civil. La comunidad denuncia la venta de droga en el barrio.Miguel Canales Leon

Parques solitarios y limpios pero deteriorados se han vuelto también vulnerables para el hampa. Como ocurre en la mayoría de parques de la ciudad, en ellos se instalan los consumidores de drogas.

María del Carmen Salazar vende dulces y periódicos en una esquina del vecindario, tiene aproximadamente un      50 % de discapacidad y narra que la arboleda central es aprovechada para beber y fumar. De hecho, el olor es tal que se lo percibe en toda la cuadra.

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“Hay horas en que todo huele a marihuana. Es difícil vivir así... Ni niños ni adultos mayores salen por esta razón. El barrio se está quedando desolado”, admite Joaquín Terranova, residente que incluso ahora evita salir a caminar por las noches, como lo hizo por casi tres años.

Es tal el grado de inseguridad que, en casa y en el barrio, hemos optado por turnarnos en la madrugada para cuidar y confirmar que no se han llevado nuestros vehículos.

Marcela Galarza,
residente

Motos, bicicletas, armas de fuego, armas blancas... son las herramientas que utilizan los antisociales (nacionales y extranjeros) para atacar.

“Hace seis meses podía jurar que quienes más nos agredían eran extranjeros, pero ahora ya no es así. Es gente local. En Guayaquil no hay santitos... Ambos atacan con saña, la gente aquí está más violenta que nunca. No sé si sean las drogas o lo que pasa en las cárceles; no sé si realmente son las mafias las que atacan afuera; no sé si es la pasividad de las autoridades la que facilita estos; pero en resumen, todos estos factores nos tienen sumergidos en el pánico”, analiza Samantha Gómez, víctima de un secuestro exprés en el barrio.

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“Hace un mes salía de visitar a un familiar en el hospital Roberto Gilbert, eran las 15:00 de un viernes. Y de un carro se bajaron dos tipos armados y me llevaron con ellos. Me quitaron todo lo que tenía en las cuentas, el celular, la cartera y hasta los zapatos. Durante casi una hora me dijeron todas las obscenidades que se podrían imaginar. Me soltaron cerca de Las Orquídeas. Sí, estoy viva, pero ni siquiera tengo ya ganas de vivir en Guayaquil. Si tuviera cómo, me iría de aquí”, confiesa la moradora.