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Calle. La avenida Nueve de Octubre se vuelve una pasarela de quienes caminan buscando un cliente.Amelia Andrade

El desafío de vender placer en la pandemia

En la cuarentena los ingresos de las trabajadoras sexuales bajaron un 92 %. Todo en contra: virus, centro apagado y competencia extranjera

En ocho horas de trabajo, antes de la pandemia de la COVID-19, en promedio atendían a 13 clientes; en tiempo de la cuarentena fue uno, y en estos días la situación no está mejor, cuentan las trabajadoras sexuales que recorren las calles del centro de Guayaquil.

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Corrían los días cuando la urbe estaba en semáforo rojo, había confinamiento, el olor de la muerte invadía los barrios, porque la autoridad no alcanzaba a recoger a quienes perdieron la guerra contra el coronavirus. En ese ambiente los ingresos económicos de ellas bajaron en un 92 %, dice Lourdes, presidenta de la Asociación 20 de Abril de las Mujeres de Trabajadoras Sexuales del Guayas.

En esos días la escena era tétrica, pero sacaron valentía para ganarse unos dólares. “¡Esto se trata constantemente de sobrevivir! No es una vida fácil como se piensa”, indican.

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Competencia. Cuando no funcionan los night club, las trabajadoras sexuales buscan las calles. Cada vez son más quienes, en el centro de Guayaquil, intentan captar a clientes..
Amelia Andrade

Por ejemplo, La Gata fue una de las chicas que trabajó en la cuarentena, porque mantiene a cinco hijos con esos recursos. Ella para protegerse de la pandemia hasta desarrolló la capacidad para darse cuenta si el cliente tenía o no coronavirus, porque hubo enfermos que llegaron a solicitar 15 minutos de placer furtivo, por 13 dólares. Era un dinero que podía solucionar el problema de la olla por un día, pero ella no quería enfermarse y lo rechazó.

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En su relato, La Gata vuelve a vivir el momento cuando en su cartera habían cinco dólares y optó por ir a comprar tomates, cebollas y pimientos e inmediatamente los voceó y se ganó 10 dólares. Entonces separó el dinero para volver a invertir al día siguiente y para alimentar a sus hijos y pareja. Es decir con 72 centavos de dólares un miembro de su familia debía desayunar, almorzar y merendar. Eso implica que una comida de un hijo debía costar 24 centavos de dólares. “¡Eso es imposible! Por eso mientras voceaba tomate, cebolla, pimiento igual buscaba clientes”, relata a EXPRESO La Gata, quien está acompañada de dos de sus compañeras, La Pantera y La Chili, en las calles del centro de Guayaquil.

La Gata hace una pausa en la narración a este Diario de cómo sobrevive en la crisis económica de la COVID-19, entonces sus amigas aprovechan para señalar que el mismo cliente enfermo con coronavirus, que La Gata rechazó, también las buscó a ellas. “Nosotras también lo mandamos con viento fresco. Pero por el desespero La Iris sí lo atendió, y pasó lo que todas temíamos, se contagió y ella murió”, dice La Pantera.

Por el recuerdo ingresa en la escena el silencio, los suspiros y ellas contienen las lágrimas para seguir la descripción de su situación.

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Centro.- La vida comercial del centro de Guayaquil se apaga antes de las 20:00.Amelia Andrade

La Pantera, quien es la vicepresidenta de la Asociación 20 de Abril de las Mujeres de Trabajadores Sexuales del Guayas, toma la palabra: “Cuando Guayaquil pasó al semáforo amarillo, en mayo, empezaron a llegar más clientes, hasta tres por día. Pero como estaban cerrados los moteles, íbamos a las casas de ellos”, relata.

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La Chili agrega que ahora que abrieron nuevamente los hoteles pagan tres dólares por alquilar una habitación para llevar allí a un cliente, por eso de los $ 13 que cobran les quedan $ 10.

Pero hay más inconvenientes que se suman al desafío de ganar dinero vendiendo placeres. El centro de la ciudad, cuentan, se apaga antes de las 20:00, pero igual caminan por toda la avenida Nueve de Octubre, por la bahía, el mercado Central, la piscina olímpica, la Victoria y por la 1 de Mayo buscando un cliente. Hay días en los que su presencia es la única en esos lugares. No hay bulla, ni gente riendo o hablando, no hay comercio, no hay gente caminando como antes en busca de distracción. Simplemente no hay nada, coinciden.

Los night club formales hemos abierto con aforo reducido, el uso de la mascarilla es en todo momento; no se las pueden sacar ni durante el servicio.

Claudio Cabezas,

dueño de un night club

Agregan que ahora hay más trabajadoras sexuales, en el mercado hay más venezolanas y colombianas. “Estimamos que en Guayaquil somos unas 5.000 trabajadoras sexuales”, indica La Pantera.

Ellas están conscientes de que su presencia en las calles inquieta a la ciudadanía. La Pantera señala que en su sector se esmeran para que allí no se vendan drogas y así mantener algo de seguridad, pero reconoce que no se logra en todas las zonas.

En estos días el virus les dio algo de respiro; al bajar los casos de contagios en la ciudad, el COE cantonal permitió abrir los night club formales, pero con el aforo reducido, con medidas de bioseguridad y vendiendo solo bebidas de consumo moderado. “Pese a esto por el aforo reducido no todas podemos estar en un local y entonces igual hay quienes buscan la calle. A mí me da miedo el virus, prefiero estar en un night club. Durante la cuarentena viví de mis ahorros y después me puse a vender almuerzos”, manifiesta Jamilé.

OperativosLa Gobernación del Guayas junto al Municipio de Guayaquil en los últimos meses ha clausurado 40 prostíbulos clandestinos, que funcionaban en casas, en diferentes barrios.

Ella revela que con 65 clientes, en cinco días, ganaba 650 dólares, antes de la pandemia; con esa ganancia compraba medicina para sus padres que son diabéticos, sufren de presión alta y tienen otras enfermedades crónicas; además pagaba los servicios básicos, comida y mantenía a su hijo.

Su familia no sabe del tipo de trabajo que realiza y explica que su padre es agricultor, gana por semana 53 dólares. Ese dinero no alcanza, entonces ella se lo envía. “El negocio de vender almuerzo no fue bueno para mí, lo dejé y aquí estoy nuevamente trabajando con mi cuerpo; con 20 clientes, en cinco días, tengo $ 200; al mes son unos $ 800”, explica Jamilé.

Otras cuentan que se promocionan en las redes sociales y hasta han hecho pactos económicos con ciertos taxistas para que les digan a los pasajeros que ellas dan servicio a domicilio.

Reiteran que la situación no ha mejorado. No todas tienen la suerte de Jamilé, la mayoría dice que en un día atienden a un cliente y en los mejores días a tres; o sea que ganan entre 10 y 30 dólares; y hay días que no ganan nada.

Es mediodía del sábado y La Gata tiene solo $ 10, por lo que señala que vive en pobreza; sus ingresos al mes son de $ 200 y no de unos $ 800 como los que consigue Jamilé. Ella también dejó la venta de legumbres, porque ganaba poco. El problema es que no tiene un asesor, ni una fundación que le explique: la ganancia está ligada al monto invertido.

Así las mujeres destacan que sin otras oportunidades seguirán llenando las calles solitarias, de un centro que apaga sus luces temprano.