Tierras Coloradas
Niños participan en un taller sobre control de emociones y cultura de paz, el 5 de abril de 2022 en una iglesia del barrio Tierras Coloradas en Loja (Ecuador).EFE

Tierras Coloradas, o cómo inculcar la paz desde la infancia en Ecuador

En este suburbio de Loja viven aproximadamente 3.000 personas, en casas construidas sobre unos terrenos donados hace décadas

En Tierras Coloradas, un barrio de la Loja (Ecuador) donde la conflictividad está al orden del día, estudiantes universitarios de una cátedra Unesco forjan a fuego lento, desde hace tres años, una cultura de paz enfocada en fortalecer los cimientos del tejido social de esta comunidad: los niños.

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Sentados en torno a la mesa de la cocina, frente a una "tablet" apoyada en una pared sin revestir, Carla y José (nombres ficticios) atienden las indicaciones que, al otro lado de la pantalla, da una estudiante de Derecho. La voluntaria hace las veces de profesora, pregunta a los niños por sus deberes y se los explica de manera sencilla.

"Uno de nuestros voluntarios se conecta después de que las madres pidan ayuda a través de un chat", explica a Efe junto a la humilde vivienda Gabriela Moreira, titular de la cátedra Unesco "Cultura y Educación para la Paz", de la Universidad Técnica Privada de Loja (UTPL).

En este suburbio de Loja viven aproximadamente 3.000 personas, en casas construidas sobre unos terrenos donados hace décadas a la Iglesia católica en la parroquia Punzara Alto, y donde las calles tienen nombres de santos como San Vicente Ferrer.

Ubicado en los riscos de una colina, este sector de edificación precaria e irregular es conocido y estigmatizado por tener altos niveles de conflictividad y violencia familiar, además de marginalidad, delincuencia y consumo de drogas. Incluso el párroco ha sido víctima robo varias veces, hasta que instaló cámaras de vigilancia.

BARRIO ESTIGMATIZADO

Las estadísticas recabadas por estudios académicos indican que los ingresos mensuales por familia promedian de 150 a 400 dólares, lo que no llega a un salario mínimo.

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"Es un barrio muy estigmatizado, hay personas con problemas identificados por la comunidad, pero aquellos que se han acercado a nosotros son gente que intenta salir adelante", refiere Santiago Pérez, coordinador de la cátedra.

Desde que se inició el proyecto en 2019 han participado alrededor de 30 estudiantes de la UTPL y becarios de la Universidad de Sevilla (España), acompañando a los niños con los deberes, o mediante charlas para padres y madres.

Pérez subraya la importancia de trabajar con los progenitores "para que puedan manejar sus conflictos en el hogar y en la comunidad" en aras de mitigar la violencia, "en los espacios donde nos han permitido entrar".

UNA COMPLICADA ENTRADA

El primer acercamiento fue cinco años atrás, gracias a la Diócesis de Loja, y después de aisladas intervenciones fallidas por otras instituciones que dejaron a los vecinos con sensación de total desconfianza y abandono.

Poco a poco, docentes y universitarios se fueron ganando el favor de los progenitores, visitaron la escuela municipal, el centro de salud y hablaron con la Policía comunitaria para evaluar qué se requería para sacar a la población del entramado de violencia circundante y promover el respeto y la seguridad.

Una gran preocupación de los padres eran los estudios de sus hijos, porque muchos pasaban las tardes solos o al cuidado de hermanos, o porque no contaban con la formación para ayudarles con los deberes.

"Al inicio la actividad era lúdica para niños de 3 a 5 años, luego incluyó ayuda escolar con materias de ciencias sociales y lógica. A veces estaban días enteros ayudándoles a hacer un ejercicio", rememora Moreira.

MANEJO DE EMOCIONES

El proyecto incluye talleres para que los más pequeños aprendan a conocer y gestionar sus emociones, aparte de capacitaciones para adultos sobre herramientas de crianza y emprendimientos.

Mariuxi Jiménez, de 29 años, acude con sus cuatro hijos de edades entre los 3 y 14 años a la iglesia de Santa Narcisa de Jesús, donde dos jóvenes graduadas en Psicología y Trabajo Social imparten un taller para que los niños aprendan sobre sus emociones y conozcan formas de controlar la ira.

"¿Qué les hace sentir felices?", preguntan a los menudos asistentes sentados en las bancas de la iglesia, mientras sostienen unas ilustraciones.

"A mis niños les gusta este tipo de charlas porque les ayudan en cosas que ellos no entienden", asegura la progenitora, que cree vital "fomentarles la paz con ellos mismos y así evitar conflictos".

El párroco Pablo Bouza, reconoce que la zona es tildada de "roja" por "la droga, el alcoholismo, problemas de familia". "Negar esta realidad sería tapar el sol con un dedo", admite.

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Desde que asumió su función hace un año, ha dedicado sus esfuerzos, acompañados por donaciones de Cáritas, la UTPL y lugareños, a levantar un templo que hoy alberga inéditos encuentros para promocionar una cultura de paz.

"La Iglesia tiene que prestar todo lo que tiene y estar a disposición", argumenta este cura peruano al recordar que la curia urbanizó el barrio para que "la gente pobre" pudiera vivir en paz.