Ocio. Muchos jóvenes pasan en las esquinas. Hay un alto índice de desempleo en la zona.

Socio Vivienda 2, el hijo descarriado de un plan barrial

Cuatro grupos de expendedores de droga hacen su ley en la zona. La peligrosidad aleja el desarrollo urbano y aísla a sus habitantes.

Mediodía. Dos cápsulas de heroína lo esperan en una mesa. Las muele durante una hora, las distribuye en 90 bolsitas de plástico y las entrega a ocho expendedores que la ofrecerán en las aceras de Socio Vivienda 2, a dos dólares la unidad. Todo se vende, siempre.

Tomás (nombre protegido) tiene la piel trigueña, la dentadura superior trasera incompleta y 32 años de los cuales más de 15 ha dedicado al expendio. Ha estado en la cárcel por tres ocasiones, dos por tenencia de sustancias sujetas a fiscalización y una por asesinato.

Hoy, junto con su hermano, es uno de los cuatro cabecillas que distribuyen droga en Socio Vivienda 2, un lugar al que llegaron decenas de delincuentes de las orillas del Salado en 2014 y que hoy vive una verdadera pesadilla debido a la inseguridad.

Se trata de un área al noroeste de la ciudad ubicada a 40 minutos del centro. Se supone que nació como un plan habitacional para personas damnificadas por incendios e inundaciones en la presidencia de Rafael Correa. Llegaron de la Perimetral, Trinipuerto, Nigeria, Esmeraldas Chiquito, Fertisa, Guasmo, Santiaguito Roldós; pero hubo un mal cálculo. Cuando ocurrió la mudanza, también entraron en las maletas las bandas delictivas que operaban en esas zonas, como la que comanda Tomás. Son cuatro en total que ahora riñen con sangre y bala por el territorio.

Esto hace de Socio Vivienda el hogar de los delincuentes de las orillas del Salado. Están los de la 13 y la K, conocidos como La Barraca, que ocupan la etapa el Delfín y tienen como característica el robo a mano armada. También los traficantes de la 25 y Nigeria, que llegaron a Flamencos, y los expendedores de la 17 y la Ll, asentados en Los Cangrejos, y que acá son conocidos como los más violentos. Su líder, un tal Brayan, hoy está en la cárcel, pero su gente aún opera en la zona.

El último grupo es el de Los Sicarios, originarios de la Perimetral. Durante la reportería de EXPRESO, nadie habló sobre ellos, por miedo.

Tomás es el cabecilla de la zona de los Flamencos. Ofrece esta entrevista exclusiva a este Diario pasada la medianoche en alguna casa del sector. Está sentado con zapatillas y pantaloneta. El espacio es estrecho. Hay un plasma apagado en la pared, un baño con una cortina de plástico como contrapuerta y una cocina donde solo cabe una persona a la vez. La condición de este encuentro es no salir en fotos ni ser grabado.

Cualquiera imaginaría que a esta hora el barrio descansa, pero esto es Socio Vivienda 2. “Aquí no se duerme”, decreta. Es verdad. De la mala fama de la zona hablan sus calles. Todas las noches, las esquinas se repletan de consumidores de droga y ladrones. “Aquí un extraño no puede entrar si no viene con alguien que viva adentro, porque lo someten”.

A los adictos se los conoce como zombis y están en todos lados y a todas horas, por eso el horario de expendio de su gente es de 06:00 a medianoche. Socio Vivienda 2 huele a marihuana y a alcohol. Grupos de diez y doce muchachos amedrentan cada una de las esquinas. Algunos sacan parlantes, otros jabas de cerveza.

En la favela, como le dice Tomás, no se toca a la gente de dentro. Es la regla. “Al que falta a esa orden le va mal”. Mal es recibir una paliza. “Aquí todo se sabe. Si robas, me entero, te encuentro y te hago castigar. Es la forma de mantener el orden en mi área”. Su área comprende unas 200 familias, de 3.000 que viven allí. Los otros tres reinos de la venta de droga tienen similares disposiciones.

Pero eso no siempre funciona. El barrio es bravo. Taxistas asaltados, un hombre apuñalado por niños, un adolescente golpeado con adoquines hasta morir y una joven de 16 años herida en medio de una balacera están en las estadísticas de estos primeros cuatro meses de 2019. “Todo se resume a la pelea por territorio para vender la droga”, explica el cabecilla.

Coincide con él el exladrón Julio Quintero, de la zona más peligrosa, Los Cangrejos. “El que vende crea al vicioso, el vicioso asalta y mata, el más sabido compra lo robado o vende armas. Una 2-57 cuesta $ 200, pero se encuentran más baratas. Todo da vuelta en el mismo lugar”.

Hoy la pelea recae en quién comanda la favela. “Necesitamos es atención. Deben hacer cosas para que nuestros hijos no corran riesgos, porque mañana, si seguimos así, será peor y será tarde”, reflexiona.

Quintero hoy es el cuidador, una suerte de capataz. Alto, canoso, de talla atlética y, como el 90 % de la población de este barrio, afrodescendiente. Anda por los 50. “Para trabajar como yo, hay que saber llevarse con los delincuentes de las orillas”.

Cuando llegan visitas al barrio: funcionarios públicos, distribuidores de abastos o familiares de quienes habitan allí, y no arriban con la policía, él ofrece su respaldo por $ 35 el día o $ 10 la hora. “Para que no ataquen a quienes cuido, suelo pagar dos dólares a los pillos”.

El miedo es un vecino más allí. “Usted llega acá y ve a niños con cuchillo en las escuelas o a grupitos arranchando celulares o robando a taxistas. Y no importan las reglas que haya dentro de la favela, acá lo que se necesita es que se deje de vender droga”, propone.

Pero dejar de vender no es fácil. Tomás, el líder que opera en Flamencos, recibe 5.400 dólares mensuales solo por la heroína. Él se queda con la mitad de la ganancia y le suma lo que logra por la comercialización de las otras drogas que distribuye: “cocaína, marihuana y polvo”.

Un día después de este encuentro, el jueves último, alrededor de 300 uniformados entraron en medio de un operativo sorpresa. Hallaron dos autos reportados como robados, 25 celulares de dudosa procedencia y otras evidencias. Hubo 14 detenidos. Era la cuarta intervención de este tipo en el lugar.

A Tomás no le asusta. Si cae uno de sus vendedores, lo ayuda con dinero hasta que salga y listo. “En el fondo, la policía no hace nada y eso todos ustedes lo saben. Aquí todo sigue igual”.

El coronel William Ron, jefe del distrito Nueva Prosperina, defiende a la entidad. Afirma que hay resguardo todos los días, pero que trabajar en la zona “es complicado porque todo el mundo se conoce. Tenemos policías de inteligencia, pero es muy difícil el ingreso. Cuando alguien comete un delito, nadie vio nada”.

En medio de toda la pesadilla, la zona sufre un total abandono, se queja Alejandro Simisterra, un líder comunitario. Los nueve parques han sido desvalijados, las familias se están yendo, recién hace un mes les llega agua de forma permanente, el único centro de salud que había debió mudarse por la alta peligrosidad y, entre otros males, ya no entran los buses después de que asesinaron a dos choferes. La gente que quiere salir usa taxis de vecinos que se organizaron en una cooperativa y cobran 25 centavos hasta la Perimetral.

Es viernes en la mañana. Socio Vivienda 2 amanece igual pese a la intervención policial de la noche anterior. Los ocho vendedores de Tomás tienen listos los noventa sobres con heroína que venderán a dos dólares. Todo se vende, siempre.