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Abdalá Bucaram, detenido durante la pandemia
Desparpajo. El día de su primera detención, durante la pandemia, el hoy candidato se dio el lujo de posar junto a su abogado y sus captores.Cortesía

Instantáneas electorales: Bucaram completa la farsa

La campaña electoral es un simulacro ininterrumpido. Un espacio donde el ruido se hace pasar por información y la tramitología tiene más valor que la ética. 

1. CATORCE CANDIDATOS PARA UN SIMULACRO

Hay dos maneras de afrontar una campaña electoral con 14 candidatos para la Presidencia de la República. La primera es con realismo: considerando en frío, imparcialmente, el hecho elemental de que la gran mayoría de esos candidatos, todos ellos menos tres, para ser exactos, no tienen la más remota posibilidad de llegar al 3 por ciento de los votos, no se diga a la segunda vuelta… Comprendiendo sin esfuerzo que ellos son los primeros en saberlo y, con total seguridad, tienen el asunto resuelto en sus cabezas: saben que no van a gobernar y duermen tranquilos en la noche porque no necesitan prepararse... Asumiendo sin engaños que están ahí para cumplir otros objetivos políticos que no tienen nada que ver con la Presidencia: mantener con vida su movimientito, consolidar su cacicazgo provincial, cobrar los aportes de campaña, lo que sea menos llegar a Carondelet, cosa que ni se plantean.

La segunda manera de afrontar una campaña electoral con 14 candidatos es el simulacro: Carlos Sagnay de la Bastida, aspirante a la Presidencia por Fuerza Ecuador, habla de los dos decretos que firmará el primer día de su gobierno; el exprefecto del Azuay, Paúl Carrasco, que se postuló a la Alcaldía de Cuenca y perdió, dice que tiene las mismas expectativas que Guillermo Lasso, que también perdió en dos elecciones anteriores; Gustavo Larrea, de Democracia Sí, asegura a quien quiera creerle que su candidatura crece día a día, como lo certifican las encuestas que él maneja y que no va mostrar a nadie porque “no queremos entrar en ese jueguito”; y César Montúfar, que desdeñó la probabilidad de ganar un escaño parlamentario por el distrito centro-norte de Quito a cambio de una vuelta a la República en bicicleta, se para frente a Sara España, periodista de este Diario, y le dice mirándole a los ojos y sin que se le mueva un músculo de la cara: “yo voy a llegar a la segunda vuelta”. Por la jeta. Para todos ellos, ser candidatos se ha convertido en un ininterrumpido ejercicio del desparpajo; en una mentira permanente

César Montúfar, José Bolívar Castillo y Guillermo Celi en sus videos de campaña.

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No hace falta ser un genio para darse cuenta de que, entre el realismo y el simulacro, es el realismo la alternativa más sana para el país y para la democracia. Pero no hay escapatoria: una vez puestos en marcha los engranajes del proceso, el simulacro es la única posibilidad. Es tan perverso el sistema electoral ecuatoriano que no solo permite (más que permitir: incentiva) que cualquier cacique cantonal se lance a la Presidencia nomás para darse a conocer con fondos públicos, sino que obliga a todo el país a tomarlo en serio. Controla maniáticamente a los medios de comunicación para que otorguen, minuto a minuto, centímetro a centímetro, el mismo espacio a Andrés Arauz que a Gerson Almeida, a Guillermo Lasso que a Pedro José Freile, a los que pelean por pasar a la segunda vuelta que a los que pelean por llegar al 1 por ciento de los votos... Así que los periodistas políticos en todas las redacciones de la patria apechugan y se aprestan para hacer, por obligación, la consabida serie de 14 entrevistas, once de las cuales no servirán absolutamente para nada más que para contaminar con ruido el debate político. Y esto ocurre, dice el CNE, para garantizar la calidad de la información. Es perverso.

Y, para completarlo todo, el debate. Durante años pelearon los demócratas de este país para instaurar un debate obligatorio en las elecciones y, cuando por fin lo consiguen, tendrán que conformarse con una farsa. ¿Es acaso realizable un debate entre 14? ¿Cómo funcionará? ¿Cuánto durará? ¿Qué tiempo hablará cada uno? Si el debate dura dos horas, habrá 8 minutos y medio para cada uno en el irreal caso de que no hable nadie más y ellos lo hagan sin parar. ¿Un debate así servirá de algo?

Dice Paúl Carrasco que 14 candidatos no son muchos, que ese número es una buena cosa, que “es histórico, porque hay nombres nuevos como el mío”. Hace rato que el simulacro traspasó los límites de la honestidad y la decencia.

Andrés Arauz en el lanzamiento del Wikiplan

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2. ¿PROBLEMAS CON LA JUSTICIA? HÁGASE CANDIDATO

Ningún simulacro político en el Ecuador está completo si falta él. Por eso, este viernes, para que todo sea perfecto, el Tribunal de lo Contencioso Electoral (TCE) abrió el camino a la inscripción de la candidatura de Abdalá Bucaram para la Asamblea Nacional. El expresidente guarda prisión domiciliaria y lleva un grillete electrónico atado al tobillo mientras se lo investiga por tres cargos: tráfico de armas, tráfico de bienes patrimoniales y tráfico de medicinas durante la emergencia sanitaria: más que un delito grave (que también), una canallada sin atenuantes. Por esa razón, el CNE había descalificado su candidatura. ¿Porque un procesado por corrupción no está habilitado para participar en las elecciones? No: porque un detenido con arresto domiciliario no puede acudir al acto de aceptación de su candidatura.

Simulacro redondo: a Bucaram no se le permitía ser candidato no porque estuviera preso, acusado de corrupción, sino porque, al estarlo, no podía ir a inscribirse. No era una cuestión de ética sino de tramitología, cosa muchísimo más importante en este país e infinitamente más respetada. Bucaram interpuso un recurso y el TCE terminó por aceptarlo en una sentencia que conviene citar en toda la extensión de su deplorable sintaxis: “El partido Fuerza EC Lista 10 -dice en la parte pertinente-, realizó el proceso de elección primaria de sus candidatos a asambleístas nacionales, en forma presencial, el 23 de agosto de 2020, a la cual asistió un delegado de la administración electoral, Ronald Isaac Bermúdez Peña, frente a quien, el Ab. Abdalá Bucaram Ortiz ha suscrito el acta de aceptación de la candidatura a primer asambleísta nacional, acta que si bien no contiene la firma del servidor electoral debido a su negativa, es evidente que lo hizo en presencia del delegado del CNE”. Acta que lo hizo: clarito. El acta de marras se firmó a sí misma.

El hecho es que Bucaram, ahora, puede ser candidato perfectamente. Y obtener así lo que tanta falta le hacía: inmunidad. En el plazo de tres días la sentencia quedará ejecutoriada, el CNE tendrá que tramitar su inscripción y la justicia no podrá tocarlo. Si lo hiciera, incurriría en intromisión en el proceso electoral. La decisión del Contencioso eleva el nivel del simulacro a alturas imprevistas: es una invitación a utilizar las elecciones para escapar de la Policía.

Ni bien la sentencia se hizo pública, el sospechoso devenido en candidato enloqueció en las redes sociales. Durante siete horas vomitó una andanada incontenible de juramentos e imprecaciones: “Ahora sí a temblar oligarquías”, “Abdalá asambleísta nacional”, “¡Peleen como hombres!”, “Dignifica a tu familia y la de la patria dignificando la mía, votando todo 10”, “El puño de mi familia se sentirá”, “¿Y ahoraaaaaa?”… Hubo delirios (“Vivimos en democracia gracias al apellido Bucaram); alucinaciones (“Mi gobierno fue el más exitoso de la historia”); amenazas (“Caterva de maricones, los arrasaré”); advertencias a los jueces (“Dispongan inmediatamente mi libertad por la inmunidad de mi condición de candidato”) y hasta proyectos de acción parlamentaria: “Ley específica para los jueces corruptos que persigan al ciudadano inocente (Jacobito, Dalito, Michel)”. Abdalá Bucaram tiene perfectamente claro para qué quiere llegar a la Asamblea.

ABDALA BUCARAM. JACOBO

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