Fidelidad. Daniel Salazar junto a sus mejores amigos: Brando y Comando, sus mascotas.

El indigente al que todos quieren

Daniel Salazar habita en una choza dentro de un parque del sur de la ciudad, que levantó con la ayuda de los vecinos.

Se llama Daniel Salazar, pero todos lo llaman ‘Dany’ como muestra de cariño. Tiene 25 años y es indigente. Desde hace tres años vive en un pequeño espacio de un parque ubicado en la avenida José Vicente Trujillo y Calle F, entre el Barrio Centenario y la ciudadela La Saiba , en el sur de la ciudad.

Con la ayuda de unos vecinos del sector, levantó una choza con gruesos plásticos negros que están apuntalados por palos y piedras, arrinconados a la pared de una casa esquinera.

Allí descansa en las noches y parte de la tarde, luego de hacer malabares con cuatro pelotitas de tenis desgastadas, en medio de cientos de automóviles que a diario circulan por la avenida Vicente Trujillo o la Domingo Comín. Sus piruetas son retribuidas con algunos centavos que le entregan los conductores, muchos de los cuales lo conocen porque circulan siempre por la misma ruta.

Daniel es oriundo del cantón Playas, provincia del Guayas, en donde se dedicaba a la tarea de la pesca. En 2016 se unió a una chica de la misma localidad a quien se la trajo a vivir a Guayaquil, pero a los pocos meses lo abandonó porque este no conseguía trabajo para llevar una vida diferente.

La historia la cuenta el mismo protagonista, un joven delgado, de manos ásperas, melena larga y tatuajes en sus brazos, quien agacha la cabeza, como sintiendo vergüenza por lo que está viendo. “No tengo a dónde ir, ni dinero para pagar una habitación, por eso me he quedado aquí”, responde el indigente al que todos quieren porque a diferencia de otros, no es agresivo y se muestra educado.

El sol y la lluvia de invierno, así como el frío de verano no han podido sacarlo de aquel lugar donde habita con sus inseparables amigos: Brando y Comando, dos perros (blanco y negro) de raza mestiza a quienes hace un año los encontró hambrientos y vagando por las calles y, a pesar de su pobreza, decidió adoptarlos para que no corrieran con su misma suerte.

Tanto él como sus mascotas se han ganado el cariño de la gente del sector, quienes le llevan comida y de vez en cuando le consiguen ‘cachuelitos’ para que gane algo de dinero y pueda comprar alimentos.

“Es un buen muchacho. Respetuoso, atento y servicial”, dice Carmen Medina, quien habita en una de las villas del Centenario Sur, aledaña al parque, y en varias ocasiones ha llevado comida para los tres.

Martín Saltos, un guardia privado que labora en una cooperativa de vivienda de la Armada Nacional, ubicada frente al parque, también tiene buenos comentarios de Daniel. “El muchacho no le hace daño a nadie y más bien cuida y limpia el parque donde habita hace tres años”, manifiesta.

El indigente también se gana la vida vendiendo caramelos en el mismo lugar donde realiza los malabares. Generalmente viste una camiseta del equipo Barcelona, del cual es hincha, y unas sandalias desgastadas. Ambas prendas fueron obsequios de los moradores.

Sus mascotas son sus principales espectadoras y lo vigilan desde lo alto del parterre central de la avenida. Ellos no le tienen miedo a los carros y los esquivan con cuidado cada vez que cruzan de una acera a otra.

Los ocho dólares diarios, que a veces gana con las labores que realiza, los invierte para pagar el alquiler de algún baño del mercado Caraguay, donde se asea y hace sus necesidades biológicas. El resto de ganancia lo utiliza para comprar más caramelos para vender, ropa y algo de comida para esos días en que la gente se olvida de ellos. A Brando y a Comando los baña en una pileta cercana a una estación de policía.

Hace dos semanas una de sus mascotas enfermó, pero recibió atención de una veterinaria del sector, quien le brindó los cuidados respectivos hasta que mejoró totalmente.

“Se han ganado el cariño de la gente. Varias veces la policía los ha querido desalojar, pero quienes vivimos por aquí hemos abogado por ellos. Ahora, hasta los mismos uniformados les brindan comida, porque saben que Dany es un muchacho tranquilo e inofensivo, y que sus perros se han convertido en guardianes del sector”, relata Dora Barreiro, quien habita a dos cuadras del parque.

Otros vecinos analizan la posibilidad de construir una caseta en las afueras de una casa cercana para que los tres puedan vivir con tranquilidad y al mismo tiempo cuidar este sector, donde la delincuencia se hace presente con frecuencia.

En Guayaquil solo hay dos refugios para indigentes

En Guayaquil hay pocos lugares que acojan a personas que no tienen donde vivir. En el 2017, la Arquidiócesis de Guayaquil inauguró un refugio para indigentes, ubicado en Pío Montúfar y Manabí. El RESA (Refugio Espíritu Santo) funciona de lunes a viernes de 08:00 a 17:00. Cuenta con un comedor con capacidad para 60 personas, baños, cocina, un espacio de peluquería, podología y salas multiuso. Quienes llegan pueden recibir acompañamiento psicológico y espiritual, además de capacitaciones. También está el asilo Sofía Ratinoff, en el km 26 de la vía Perimetral, que alberga a ancianos entre hombres y mujeres. El clamor ciudadano es que las autoridades gubernamentales o seccionales piensen en la creación de un refugio nocturno, que dé cabida a los indigentes y ponga fin a las chozas improvisadas en las que, a partir de las 22:00, se convierten en sus moradas.