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El corazón de Quito late en la soledad

El rostro del Centro Histórico aún no recupera su brillo. Las calles vacías son solo una memoria dolorosa de la pandemia.

Centro Histórico
Las calles, cuando cae la tarde, se van quedando sin gente. Antes no ocurría esto.HENRY LAPO

Más que dormido, el Centro Histórico de Quito parece estar agazapado. La absoluta quietud no deprime. Asusta. Invade. Duele. Es jueves, 18:00 horas. 14 grados centígrados. Los débiles rayos de luz intentan disipar las sombras. No pueden. No las de una casa patrimonial -herida, desvencijada, vacía- cuyas ventanas gritan hacia la calle Esmeraldas, que en realidad es la Calle de la Soledad. O al menos eso reza un letrero incrustado en la pared.

La pandemia ha aquietado el corazón de la capital... no lo ha aniquilado. Respira bajito. Aún late. Y este Diario hizo un recorrido por el casco colonial para palpar la realidad tras un año de la llegada del coronavirus al país: calles mortecinas y vacías, inseguridad, negocios cerrados, silencio, oscuridad y más silencio... Y el punto de partida es en la calle Esmeraldas.

No hay actividad. No se siente. No se ve. Sí están abiertos dos locales: uno que ofrece combos económicos de chorizo con papas a 2,99 dólares y otro que vende algo y cuyo anuncio es “el sabor que nace del alma” en un lugar que parece no tener alma. No hay gente. Más hacia el oriente, por el empedrado, camina una trabajadora sexual trans -minifalda de cuerina barata, maquillada, peinada-. Huele a pollo horneado.

Ese olor de cuero quemándose en la brasa ardiente proviene de la calle Guayaquil, una intersección. Es un local que aún atiende. Algunos ya han cerrado sus puertas enrollables. Allí afuera se apuesta un grupo de borrachos, todos meciéndose en un vaivén de algarabía. Hablan. Gritan. Rugen. Y todos con las mascarillas en el mentón. Nadie les dice nada. Nadie los mira. Son nadie.

Anochece. La gente se apresura a bajar el telón, como si el lobo más feroz estuviera rondando. Un centro agazapado. En la Olmedo encontramos a Luis Meneses. Quiteño de 73 años, limpia el piso de su negocio. No es cualquier negocio. Allí vende unos sánduches tradicionales. ¡Cuatro décadas! Allí han comido el expresidente de la República, Rodrigo Borja, y el exalcalde de Quito, Paco Moncayo. Allí, Luis asiente: “No ha vuelto la alegría”.

Hace un año, a la misma hora, el hombre no estaba cerrando su local, sino corriendo de un lado para otro, preparándose para la llegada de los oficinistas, que a partir de las 18:00, de un jueves, hacían planes para relajarse. No pasa. Se acabó. Hay que cerrar. Y al siguiente día debe levantarse: “Porque tenemos la esperanza de que esto mejore”, insiste.

Se escucha como un grito de auxilio. Como una memoria dolorosa que se enciende por la COVID-19. “La vida ha cambiado para nosotros. Es un daño que está hecho... y a la Alcaldía le hace falta un poco de cariño con este lugar, al que yo amo”, lamenta Luis. Dice también que se va pronto porque más “tardecito” hay chumados que se orinan, chumados que caminan... y chumados que hablan inglés, como uno que al ver cruzar al equipo de EXPRESO suelta: “Guat es yur problem” (sic).

Está oscuro. Ya casi no queda nada abierto hacia el lado norte del Palacio de Carondelet. Hay espacio para aparcar vehículos. Antes los carros debían esperar, lo cuenta un vendedor de caramelos que termina de bajar la puerta de su enorme cajón metálico situado en la entrada de un parqueadero municipal.

De pronto se escucha por un altavoz la canción Reminiscencias, de Julio Jaramillo, que vuelve aún más nostálgica la noche sin estrellas: “En mi alma vagabunda se fundió el alma tuya / como el llano se funde cuando lo besa el sol...”.

Entonces la Plaza Grande, a las 19:00, luce así: árboles de Arce, flacos y pelados. Las bancas de piedra vacías. Una pareja tomada de la mano al pie de la Catedral. Soledad. Nostalgia. Y de fondo... el gran JJ.

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La Plaza Grande a las 19:00.HENRY LAPO

Pablo Buitrón, representante del colectivo Defensa del Centro Histórico, contabiliza que al menos 200 locales comerciales han cerrado sus puertas durante la pandemia.

La dinámica de esta zona ha cambiado en los últimos años, según el dirigente. Antes estaba llena de compradores y turistas. Ahora hay vendedores informales y cuando estos son retirados, las calles quedan prácticamente vacías. La modalidad de teletrabajo de los funcionarios de las entidades públicas ha dejado sin clientes a decenas de comerciantes.

Hasta 2018 el casco colonial recibía la visita de 380.000 personas al día.

Hacia el sur, en la calle García Moreno, una terraza llamativa atrae como luciérnaga. Es un local tradicional. Y su dueño, don Ricardo Sánchez de 53 años, dice que la mala publicidad y las noticias negativas ahuyentan. “Lo que no sabe la gente es que el centro no ha cambiado, que mantiene la arquitectura, los locales estamos trabajando, está más limpio”.

Que si es inseguro, sí, como todo el país. Que si hubo reducción de locales comerciales, sí. Que si el cierre con vallas hirió y llenó de llagas a esta joya ecuatoriana, sí. Pero no se debe concentrar todos los males en el centro. No se debe estigmatizarlo. “¡No hemos muerto!”, espeta.

A unos metros, en la calle La Ronda, tradicional por presentar los platillos y las bebidas quiteños, hoy duerme como recién nacido. Apenas una venezolana ofrece promociones de canelazos con música en vivo. Son las 20:30 y desde lo alto, la Virgen del Panecillo, iluminada y preciosa, vigila las entrañas de una ciudad que intenta despegar...