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Pruebas de diagnóstico de COVID-19 en el laboratorio de Biomedicina de la Espol, el 21 de mayo pasado.CHRISTIAN VASCONEZ

2020: La ciencia al fin visibilizada y valorada

El 2020 ha sido llamado 'El año de la ciencia', por su protagonismo para enfrentar a la pandemia. En Ecuador ha sido, al menos, el de los científicos.

Pocas veces como en este año el país y el mundo han visibilizado y valorado la importancia de la ciencia. No solo para estudiar el nuevo virus causante de una pandemia que suma millones de víctimas en el orbe; sino para informar y orientar a la población, sobre todo cuando la comunicación oficial ha resultado insuficiente y opaca.

Eso implicó que muchos de ellos, hasta entonces dedicados pero anónimos investigadores y especialistas, se convirtieran en protagonistas y líderes de opinión en temas de análisis, prevención y tratamiento de la enfermedad.

“Sí, los visibilizó al menos, y lo digo por la investigación que estoy realizando. Gracias a sus discursos en Twitter, la ciudadanía en algo pudo conocer mejor sobre la pandemia”, corrobora la licenciada en Comunicación y magíster en Estudios de la Cultura, Grace Jaramillo Merino.

“La pandemia sacó a la luz el discurso científico precisamente de jóvenes profesionales de entre los 35 y 50 años de edad, producto justamente de las becas y de la exigencia de que una/o sea magíster y PhD si desea seguir en la Academia”, reitera Jaramillo, quien realiza una investigación sobre la comunicación gubernamental en el contexto de la pandemia.

Así, sea por su creciente presencia en los medios de comunicación o por su constante actividad informativa y de divulgación científica en sus cuentas en redes sociales, hubo un grupo de nombres y rostros que empezaron a ser conocidos por la población.

Como ha publicado este Diario, nombres como los de Santiago Ron, Linda Guamán, Daniel Simancas, Esteban Ortiz, Washington Alemán, Andrea Gómez Ayora, Paúl Cárdenas, Damaris Intriago, John Cuenca, Manuel Baldeón, María Claudia Segovia, Bolívar Cárdenas, Carlos Farhat, entre otros, se han hecho comunes para un segmento de la población que busca información actualizada y confiable.

“Frente a la pandemia de la COVID-19, reconocida por la Organización Mundial de la Salud en marzo del 2020, el mundo sintió la necesidad de conocer los detalles de este evento mundial desde varias perspectivas incluidas las sociales y de biomedicina”, coincide el magíster y PhD en Inmunología y Nutrición, Manuel Baldeón.

“En nuestro país, con las limitaciones para la investigación que se tienen, también varios grupos de investigadores hemos contribuido desde la epidemiología, la clínica y la ciencia básica, para entender la epidemia y tratar de paliar sus efectos negativos”, acota el catedrático e investigador universitario.

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El Laboratorio de Biomedicina de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES Biolab)) realizó pruebas de diagnóstico en distintas ciudades del país.Cortesía UEES

En su caso, como director del Centro de Investigación Biomédica (Cenbio) de la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE) colabora en un proyecto para determinar la utilidad del plasma de pacientes convalecientes de la COVID-19 en el tratamiento de otros severamente enfermos con la infección.

Y es que al igual que ocurrió con los investigadores, también los nombres de estos centros especializados se volvieron conocidos por su aporte. Por ejemplo, el Instituto de Microbiología de la Universidad San Francisco de Quito, por sus trabajos en la secuenciación de cepas del virus que circulan en el país; el Laboratorios de Biomedicina (Biomed) de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, por su aporte en las pruebas de diagnóstico del virus; y el de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES Biolab), por haber realizado ambas actividades.

A ello se suma la labor de las entidades dedicadas específicamente al estudio de enfermedades infecciosas y de epidemias, como el Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública (Inspi).

Baldeón anota que, aparte de la citada presencia de los científicos en los medios y del aumento de sus seguidores en sus cuentas en redes sociales, que han permitido reivindicar su importancia; también es posible ver el incremento de su producción. “Puede considerarse, desde el punto de vista técnico, el número de publicaciones científicas; y el de proyectos financiados por agencias nacionales e internacionales”, acota.

Y, sobre todo a nivel mundial, está la docena de vacunas terminadas en un tiempo récord de diez meses.

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Gabriel Trueba es el director del Doctorado en Microbiología de la Universidad San Francisco de Quito.Cortesía

TAMBIÉN SE EVIDENCIÓ LA NECESIDAD DE UN MAYOR APOYO ECONÓMICO 

La pandemia evidenció que en el país existe gente preparada en ciencia. Pero también mostró que este grupo carece de un mayor apoyo para su labor.

Así lo resalta la comunicadora y magíster en Estudios de la Cultura, Grace Jaramillo Merino: “Aseverar que el 2020 fue el año de la ciencia en el país, no fue tan así, pero por el poco apoyo estatal”.

Considera que faltó ese respaldo para que los investigadores ecuatorianos pudieran incrementar y profundizar sus estudios; y ofrecer resultados prácticos de ello.

“Le aseguro que si hubiese existido el apoyo necesario, no dudo de que en el país se hubiesen al menos desarrollado fármacos para el tratamiento de la COVID-19”, expresa la especialista en opinión pública y comunicación organizacional.

Esa falta de apoyo estatal, e incluso del sector privado representado por la empresa o la industria, es una limitante antigua de la ciencia local, junto a otros factores.

En agosto pasado, este Diario publicó un artículo titulado ‘Las ataduras de la ciencia en Ecuador’, donde un grupo de académicos nacionales identificaba y describía algunos de los obstáculos comunes que enfrentan en su labor. Una de ellas era la falta de financiamiento.

El director del Centro de Investigación Biomédica (Cenbio), de la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE), Manuel Baldeón, considera que esa falta de apoyo se hizo más notoria al comparar el aporte de los científicos en otros países.

Recuerda que, a nivel mundial, el esfuerzo científico ha permitido que en la actualidad se disponga de varios métodos de diagnóstico de la infección y vacunas con tecnología nueva para prevenir la infección. “En esto último, por falta de recursos el Ecuador no ha sido un participante activo, sino más bien pasivo”, contrasta Baldeón.

El trabajo científico continúa y en los próximos meses y años se conocerá mejor la microbiología, inmunología y sobre los factores de riesgo de COVID-19, prevé el catedrático investigador.

No obstante, al contrario de lo que desearían Baldeón y Jaramillo, por decisión gubernamental, el país vio este año recortar el presupuesto a las universidades públicas, que son los bastiones de la investigación científica local. Y, por si fuera poco, también los catedráticos investigadores vieron reducidas las horas asignadas a esa labor y aumentar las de docencia.

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El laboratorio del INSPI en Guayaquil ha sido uno de los principales procesadores de las pruebas PCR de diagnóstico de la Covid-19.Amelia Andrade

En ese sentido, les fue mejor a los de las universidades privadas, quienes, apoyados y promovidos por sus instituciones, han dedicado parte de su tiempo de trabajo a la divulgación científica.

Es decir, a informar y explicar directamente a la comunidad los resultados de sus investigaciones y los de su área de especialización.

Inclusive, como se ha señalado, hubo científicos y entidades que asumieron por su cuenta y riesgo la tarea de desmentir los bulos y versiones de supuestas curas milagrosas de la enfermedad. Y hasta de cuestionar o exigir el sustento científico de algunas medidas y anuncios oficiales durante la crisis.

De allí que, como ha reiterado la periodista especializada en divulgación científica, Sofía Cabrera, es importante que los investigadores ecuatorianos reciban capacitación e incentivo para hacer divulgación; así como más apoyo formal y económico para hacer investigación en el país.