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La biblioteca mas antigua del pais rejuvenece

Los tomos del convento de Santo Domingo fueron restaurados. Hay libros que datan desde antes de la conquista española. No hay fondos para el mantenimiento

Obras. Los libros que se encuentran en el sitio datan desde antes de la conquista española.

Cubiertos de hongos, polvo y escombros, los libros más antiguos del país languidecían en la biblioteca Fray Ignacio de Quezada del convento Santo Domingo de Quito.

Fundada en 1688, la enorme habitación del claustro, ubicado en el Centro Histórico de la capital, se llenó de a poco con los ejemplares que los frailes dominicos trajeron consigo al país. Enormes libros hechos en pergamino, escritos en griego y latín, acompañaban las amplias estanterías de madera. Pero no eran solo tratados de medicina, historia u obras sobre la fe. Los dominicos también trajeron veintiséis obras incunables, conocidas así por ser impresas antes del siglo XV. El más antiguo de ellos data de 1472.

Pero sin dinero para realizar el mantenimiento, y sin fondos estatales para recuperarla, la biblioteca cayó en el abandono. Al menos, hasta marzo de este año cuando la orden dominica firmó un convenio con la fundación Conservarte Ecuador y logró procurar, a través de la fundación holandesa Príncipe Claus, fondos para recuperar las obras. El monto, de aproximadamente $ 17.000 se utilizó exclusivamente en restaurar los libros página por página.

El Ministerio de Cultura y Patrimonio y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) actuaron como fiscalizadores del proceso, pero dejaron en claro que, pese a que 2019 fue decretado como el ‘año de las bibliotecas’, lo que no hay es fondos para rescatarlas.

“Para realizar todo este trabajo es importante la cooperación internacional (...) Hay que resaltar cómo el apoyo internacional ha permitido la recuperación del patrimonio documental en el país”, señaló Joaquín Moscoso, titular del INPC durante el inicio de la intervención en el claustro.

Este año, el Estado destinó $ 1’491.795 para el rubro de ‘Fomento y conservación del patrimonio del Ecuador’. El monto se divide para el mantenimiento de más de una veintena de inmuebles en todo el país.

La falta de dinero también afecta a los municipios, que hasta febrero del año pasado debían asumir el cuidado del patrimonio en sus ciudades. En el caso de Quito, en 2016 parte del presupuesto destinado a este fin, se empleó en la recuperación de las piezas de arte del convento dominico, pero no en sus libros.

El proceso empezó con la limpieza de las obras. Así lo explicó Ramiro Endara, director de Conservarte y líder del proyecto. Este y su equipo, conformado por ocho especialistas, entre ellos restauradores, historiadores, bibliotecólogos y químicos, los removieron con cuidado de las estanterías, llevando los pesados tomos, escritos con tinta de origen mineral y cosidos con fibra vegetal, hacia las mesas de trabajo.

Ahí, con brochas en mano, los desempolvaron y removieron los escombros acumulados durante medio siglo.

Luego, se los colocó en unas cámaras de aire especialmente construidas por la fundación y se realizó una limpieza hoja a hoja, que incluyó un tratamiento microbiológico.

Los tomos también pasaron por un proceso de inventario a cargo de representantes de la orden dominica.

Sin embargo, de los 33.500 ejemplares que se renovaron, 140 de ellos no pudieron ser rescatados.

“Se encuentran en cuarentena, porque están bajo ataque microbiológico activo. Requieren un tratamiento especial, para el que no hay fondos. Recuperar, por ejemplos, los libros corales, que están hechos sobre pergamino de piel de vaca, se necesita una inversión de quizás unos $ 30.000 por tomo”, explicó.

Hoy, a días de la entrega oficial de la biblioteca restaurada, el equipo dice sentirse orgulloso de su trabajo. “Esta es la biblioteca más importante del país, y nos sentimos honrados de haber participado en su restauración y en la recuperación de tomos impresionantes que esconden muchísimo sobre la historia de nuestro país y de la humanidad”, comentó Endara.

Sin embargo, el restaurador manifestó su preocupación, pues mientras que el proceso realizado puede asegurar la supervivencia de los libros por los próximos cuarenta años, el buen estado de estos solo se mantendrá si se llevan a cabo los protocolos correctos para el mantenimiento.

Eso incluye la contratación de un sistema contra incendios, protección de rayos ultravioleta para las ventanas, cámaras de seguridad, vidrios para preservar las obras en las estanterías y un sistema de digitalización para trasladar a la web el contenido de los libros.

“Es una inversión de aproximadamente $ 20.000. Realmente es una cifra ínfima si se calcula lo que se perdería si estas obras, las más antiguas del país, se dañan”, recalcó.